martes, 30 de noviembre de 2010

La imagen-buzón. Hablando de procesos de experimentación colectiva.





¿Qué contar de no damos cátedra? ¿Cómo, al hacerlo, no venderles un lindo buzón? Bueno, ¿qué sería venderles un buzón, no? ¿Qué decirse a sí misma? Y entonces las identidades, los presupuestos, los como sí que nos ponen debajo un fondo de lenguaje y/o experiencia común emergen. ¿Idénticas a qué?, nos decimos. Sentimos así que quizás haya que remover el suelo a nuestros pies.

¿Cómo hablar de los llamados procesos de experimentación colectiva, o, también, de lo que ahí emerge, ingobernable, allende todo membrete? Antes que a etiquetas, quisiéramos referir aquí a experiencias inconfesables que consideramos educativas, modos de habitar, de ser-ahí. Pero qué difícil, ¿no? Y es que decir no es asir. Luego, ¿cómo decirnos? ¿Cómo exceder la etiqueta?

No diremos que somos –¿idénticas a qué?-, mas sí que nos estamos haciendo y deshaciendo. No diremos tener gobierno alguno sobre aquello. De todo se nos escapa. Nuestro despliegue informe de la potencia, empero, no es sin algunos apuntalamientos. Así sea que los excedamos todo el tiempo, ése que estamos siendo. Eso quisiéramos, mejor. Pensar ese hormigueo de instantes que somos es mutarnos, estar en lo abierto. Y quizás esa mutación sea lo que signifique hacer experiencia. Significación sin amarras, sin raíces. O sólo algunas pocas e insustanciales. Diremos que somos una colectiva delirante en autoformación.

¿Cómo hacernos de la experiencia del afuera? No vendemos buzones. No hay saber del ahí. Ensayamos el cómo. Diversión acomunada, agrietamiento y fuga de la temporalidad aplanada, mas no sin arrugas, del equivaler generalizado. Informidad de cuerpos que se tensan donde no hay mando ni gobierno, sino un estar envueltas las unas en las otras, una confusión sin presupuestos ni buró: no damos cátedra como máquina delirante, no idéntica, en autoformación, un hacerse y deshacerse que reverbera sobre sí, que ralentiza el movimiento a la vez que no se detiene, o, también, que activa sus devenires, resonancia de múltiples devenires sin centro alguno más que eso que pasa –se encuentra- en nosotras/os. El afecto como fugacidad de un vínculo que nos tiende un fondo, que ensambla cierta sedimentación, que no su propio Estado, al que conjura.


viernes, 26 de noviembre de 2010

Nosotros, los bahienses





Ayer concurrí a mi primer marcha en mi ciudad natal. Mi espíritu coleccionista/taxonomista/perfeccionista me ha llevado a la búsqueda de inicios perfectos. En los inicios, en los primero de /cualquier cosa/ he tratado obsesivamente la perfección. Desde la colección de figuritas, pasando por la construcción de colecciones de objetos y hasta en el inicio de cualquier actividad que lleve adelante. La búsqueda de un inicio perfecto es la condición indispensable para la perfección final. Será que la falta de perfección en el inicio habilita el abandono de la empresa, en fin.

En esta primera marcha en Bahía tuve un inicio cuasi perfecto. El motivo era el correcto, era EL motivo. Condición de posibilidad de la constitución de una vida política en Bahía aceptable era un inicio como este. Si debía asistir a una marcha en Bahía Blanca esa marcha debía ser contra La Nueva Provincia, mi primera obsesión política (junto con la dictadura) allá cuando tenía 14 o 15 años. Además, lo que lo hace mejor aún, fue absolutamente improvisada, estaba de casualidad en la ciudad, me enteré de casualidad y casi que caminé hacia el centro de la plaza casualmente, con miedo, solo, distante, expectante, para recibir de una simple caminata de dos cuadras lo que no sentí en 27 años de bahiense.

La ida de la ciudad previa a la edad universitaria y mi falta de conocimiento de ese ámbito me alejó también de experiencias de militancia en la ciudad. Todas mis experiencias de militancia se desarrollaron en Buenos Aires.

Llego al centro de la plaza desde una de sus esquinas, escondiéndome en mis bolsillos. La soledad en una marcha siempre fue algo que me fue difícil de llevar. El primer grupo de personas que veo es chiquito, unos 5 o 6 charlando. Identifico a un hombre, alto, de barba, muy alto, grandote, pero de esos grandotes que no intimidan, un grandote de unos 60 con amigable sonrisa, ojos alegres, entusiastas. Lo conozco de cuando iba a los Juicios por la Verdad, cuando tenía 15 o 16 y empezaba a hacer algo por mis inquietudes políticas. Veo una mujer charlando con él y me esperanza la posibilidad de que sea Mirta Colángelo, a quien hace un par de años no veo. No es. Paso por su lado, voy girando en torno al monumento central y apunto a un árbol buscando algún punto de referencia donde no sentirme tan solo. Me apoyo allí, contemplando a la JP y sus banderas y cantos. Que difícil militar en Bahía, pienso. Son 4, pienso. No son 4, son más. Cantan a favor de Cristina, son muy jóvenes. Algunos, tímidos, parecen asistir a su primer marcha militante. Cerca mío un par de chicas de la facultad (que acá se dice Uni). Una de ellas docente, comenta sobre su trabajo, vino en bici. Yo llegué en un Tiida, pienso. “¿Se puede militar con gente con la que se tiene tal diferencia vehicular?”. Tal vez haga falta comprase una bici, consenso.

Partimos de la plaza. Me encuentro caminando en la columna de la JP tras una bandera que dice “Juventud Kirchnerista”. Un poco incómodo por el tag me termino corriendo al llegar a la punta de la plaza. Voy vagando entre las banderas, miro el celular constantemente como único punto de referencia, lugar de encuentro con quienes son parte de mi vida y no están ahora. Solo allí comienzo a buscar comunidad. Me da vergüenza no estar del todo seguro donde está el edificio de La Nueva Provincia. Entre mi falta de orientación geográfica crónica y mi poca familiaridad con el transito cotidiano por estas calles trato de seguir a los co- como sabiendo hacia donde vemos. Veo unas banderitas de 678 y por alguna extraña razón me siento más familiarizado. Alguna vez pensé que una de las pocas cosas lindas que tiene la globalización son los puntos de referencia globales que al ser también puntos locales pueden remitir a la localidad estando al otro lado del planeta. Ya me pasó en Londres, donde me sucedió algo tan estúpido como que un McDonalds fuera lo único conocido, lo único que podía conectar a mi lugar.

Dejamos la calle de la plaza y ahora nos rodean comercios. Los comerciantes, apostados en la puerta de sus propiedades, nos miran. Espectadores de una manifestación, han salido todos a las puertas, todos. Los miro extrañado y comienzo a sentirme parte. No soy ellos, soy estos. Aquí, de este lado, donde hay alegría, donde se camina charlando, cantando, donde un desconocido como yo camina como un compañero, también se es bahiense. Allá, mirando el espectáculo, interrumpiendo la labor comercial por la fuerza, reaccionando como todos esperan, poniendo cara de desaprobación, colocando la marcha en un escenario teatral, cómodos, los otros. Bastó esa cuadra para cambiar la mirada sobre mí mismo, la ciudad y sus habitantes.

Camino junto a un grupo de desconocidos con los que me siento identificados políticamente y puedo visualizar, son carne, frente a mí, a aquellos por los cuales he puteado tanto a esta ciudad, a aquellos por los que tal vez nunca me sentí del todo cómodo en ella, y a aquellos por los que acelere mi salida todo lo que pude.

Comencé como un etnógrafo, terminé siendo parte. Recorrí esas mismas calles en las que me crucé con los vestiditos tantas veces, esos que miran de costado, que se fijan en lo puesto, que tienen padres bien. Recorrí esas calles, las mismas, mismitas, en las que nunca me sentí cómodo caminando. Esas calles en las que aceleraba el paso, esquivando gente, sin mirarlos. Las que recorría como un shopping, intentando esquivar el camino diseñado para ir directo al punto, a comprar una zapatillas, un disco, a tomar el bondi, pasar, entrar y salir.

Esta vez el recorrido se hace cuerpo social, se extiende en colectivo y modifica el paisaje. Me estiro cual goma y soy/somos todos. Una sensación de comunidad que no corresponde a la frialdad del clima, de los transeúntes, de la ciudad. Lo que era caminata aislada, lo que era evitar al otro, se hace cuerpo colectivo, se hace contacto. Los vestiditos siguen allá y acullá. Pero el recorrido es pura extrañeza. Ya no son los que eran. Esas mismas calles donde la sociedad bahiense se reafirmaba a cada paso comienza a modificarse con la irrupción de un nosotros.



Nota: este testo ha sido traído desde práctica discursiva. Lo leen acá

sábado, 20 de noviembre de 2010

El dormidor (o la máquina que venció al insomnio)





¡Qué se vote!, aúllan los rubios animales de presa en las noches de asamblea llena.

¡Qué se vote, qué se vote!, corean con el puño izquierdo en alto, aquel que lleva el reloj pulsera.

Ya es hora, se dicen somnolientos en gemidos y bostezos, deseosos por desfigurar el círculo sin contorno, metáfora geométrica imposible de la comunidad de iguales.

No va más, canta el grupière y hecha a rodar la bolilla y pone a girar la ruleta –negro, el cuatro.

Acallemos al orador, indispongamos nuestros oídos a la desatención, sustituyamos la palabra por el número, la retórica argumentativa por el conteo de manos alzadas.

Que nosotros trabajamos, ni vagos ni holgazanes, queremos estudiar, ir a nuestras casas, descansar, retornar –como lo hubiera querido el General.


CONTRAMOCIÓN:

Abolición del sueño (no del amo, no del esclavo, no de Dios, no de la producción ni de la reproducción [heterosexual] –tal vez, en próxima votación).

Muerte al agotamiento, que el desfallecimiento desfallezca, larga vida al desvelo, utopía del pleno rendimiento.

Y así fue que nunca más alguien durmió, la vigilia sempiterna se apoderó de los cuerpos, epidemia universal de insomnio.

Los días se volvieron uno con las noches, las almohadas vírgenes, los lechos vacíos, los párpados suspendidos, el calendario deshojado como margarita, como carpeta de escuela a fin de año.


Hasta que un lúcido inventor creó...

         El Dormidor: el primer y único despertador que te manda a la cama a dormir 
(con o sin cenar).


Pensar la Toma





   Son los bancos crepitando en las escaleras, resisten a su lado un par de tablones perezosos. Sobre los escalones, obturan las cosas el ingreso hacia el pálido simulacro del criticismo: estandarte atragantado en el cemento de la docta muralla.

   El conocimiento de lo visible y lo invisible, su solemnidad transmutada en disciplina huye, se esconde tras los cercos de la propiedad privada. La mentira abandona la cátedra.

   ¿Dónde están los cuerpos amancillados en los bancos, sujetos en la inescrupulosa madera de pupitres preparados para reducir la doxa en los requisitos hostiles de una pertinencia organizada en la exégesis dominante fabricada por el capitán de la fábula?

   Y mutaron los cuerpos desprendidos de las ataduras a las cosas, florecidos, revoltosos, translúcidas enredaderas trepan por las paredes. La primavera es la Toma.

   Un acróbata libertario afirma sus manos en las estructuras que se rompen aún cuando los ojos normalizados las pretenden compuestas.

   ¡Piedra libre para el lenguaje! no ha conocido filosofía más pura que la de las sillas abiertas en el patio jugando a la ronda. El bullicio, hijo pródigo del silencio y la resistencia, autogestiona conocimiento. Los cuerpos bailan en la danza del pensamiento que practica sobre lo real, son el ejemplo de hacer en el espacio y el tiempo, un lugar.

   Indignadas las aulas cerradas reclaman su pasividad intestina. Los vestidos, sumergidos en el relato parvulario que protege el timón de los capitanes petrificados con sus verdes pizarras sobre las tarimas, reclaman a los cuerpos para vestirlos en  el ajustado concepto estanco de enseñanza.

   Voces se pronuncian en el discurso panegírico, contrarrevolucionario dirigido a salvaguardar la parábola homogenizante de los patrones. Escupen el orgasmo fingido situado en el grito ¡Rompan la toma! rompan la toma que rompe la instrucción disimulada para la obediencia.

   Son las aulas que gritan. Palenques del capitalismo, reducto de la competitividad erudita, enquistada en los muros, registro arcaico dónde se congela la imaginación y la subjetividad deviene producto dócil, mercantilizado. Son las voces presas en las aulas, con su inocencia muerta, reclaman su normalidad: paliativo contra el deseo transformador de los sutiles vínculos trazados con el saber.

   Es el relato pertinente que llueve la tormenta de la resignación. Mientras tanto seremos estos cuerpos, semillas sublevadas, insurrectos, florecidos, los anormales provocando al cielo para escampar.


LaNiñAqUeMiRaCoNoJosDeVaCa.


Nota: este testo delirante es una co-laboración de una compañera de Filosofía y Letras. Asimismo, es un sabotaje a la máquina parceladora, etiquetadora del saber-poder. ¡Gracias! 

jueves, 4 de noviembre de 2010

Inversionistas y albañiles. Lo que quedó de la toma.




Inversionistas y albañiles
Lo que quedó de la toma


La diferencia radical entre el trabajo para sí de los inversionistas y el trabajo para sí de los albañiles reside en que los primeros construyen casas para luego venderlas; los segundos, para vivir en ellas. Mucho antes de colocar la piedra fundamental, los inversionistas realizan una serie de cálculos racionales de costo-beneficio que les permiten saber si la construcción será o no un negocio rentable. Entre dichos cálculos, ocupan un lugar preponderante los planos arquitectónicos, donde se proyectan a escala las dimensiones de cada habitación de la casa, así como la funcionalidad que se otorgará a cada una de ellas. Planos, mediciones, proyecciones, estimaciones, cálculos y más cálculos en cuyo horizonte se perfila la fantasía de reducir a cero el riesgo de inversión, hacer de ella un negocio seguro eliminando el mayor dejo posible de contingencia.

Muy distinto es el modo en que los albañiles emprenden la construcción de sus propias casas. Su única certeza es la necesidad de comenzar por los cimientos. Sus planos, no más que un boceto del pensamiento o, cuanto mucho, un dibujo improvisado en el bar de la esquina sobre una servilleta de papel manchada con café. Las formas, tamaños y funciones destinadas a cada una de las habitaciones van delineándose a medida que avanza el insondable proceso de construcción que, por su escasa o nula pro-yección, siquiera cabría incluirlo en el universo de la pro-ducción. Así puede suceder que termine abriéndose una ventana en lo que se creía la medianera, una sala de juegos donde se extendería un pasillo, la habitación de los niños en la que sería la de los padres o un comedor donde se pretendía el aula 6.

Las formas estratégicas a partir de las cuales un movimiento político decide llevar adelante su plan de lucha se asemejan bastante a los modos de planificación y ejecución de los inversionistas. Los pliegos de reivindicaciones cumplen la función de la ganancia proyectada, que no es tan sólo materialmente cuantificable, pues contiene asimismo de modo inmanente las posibilidades de su capitalización, el reconocimiento del conjunto del movimiento de los aciertos de tal o cual agrupación y su implicancia en el logro de aquello que se procuraba obtener: becas para estudiantes, compromisos firmados, terceros pliegos para la construcción de edificios (o adefesios) únicos, veeeeinte milloooones de peeeesos. Ante semejantes reclamos, las medidas de fuerza adoptadas –previamente, fríamente calculadas- son apenas meros medios para.

La Toma de la Facultad se inscribe como uno de tales medios –tal vez, incluso, el medio por antonomasia que el movimiento estudiantil se ha dado a sí mismo en los últimos años. Pero hay en ella algo más, un exceso que se despliega ingobernable a los modos instituidos de lo político, emergencia de experiencias no previstas por el plan, profanación de la proyección en el tiempo de la impaciencia y en el espacio del uso común. Tales contingencias escapan a la captura del cálculo y resultan insoportables para el ojo previsor (pre-visor: que ve antes de ver) de los inversionistas. La toma del aula 6 (toma menor respecto a la Toma de la Facultad) y posterior construcción del comedor de Constitución no había sido prevista por nadie más que por las estudiantes organizadas en comisión quienes, vestidas para la ocasión con overol de albañil, se lanzaron inexpugnables a saborear los nuevos manjares de la cocina comunal. Y es que, por más rica que sea la comida de la vieja, no hay como la que una misma hornea, ni como la imagen infantil de una niña parada en puntitas de pie queriendo encender la hornalla de la cocina mientras sus padres se ocupan de lo político del hogar: cosa de grandes. 

Aconteció entonces lo peor: subversión irreverente de la razón, catástrofe de la medición. El Gobierno de la Facultad anunció que, para ceder a las reivindicaciones que el movimiento demandaba, ya no bastaba con levantar las medidas de fuerza, también se debía detener aquello que las excedía, y no se trataba tan solo de entregar el comedor, sino de hacerlo retornar al momento original anterior a la alteridad –desaparición forzada del tiempo pleno de la experiencia: acá no pasó nada. Ante la nueva situación, los inversionistas, ansiosos por capitalizar un nuevo triunfo histórico, salieron a hacer lo que mejor saben: vender. “Veinte millones por un comedor, un negoción”, se decían entre codazos y relamidas en el buró erigido detrás del micrófono de la asamblea. Y así fue que, bajo pretexto y confianza de que el Gobierno les cedería un nuevo espacio, especial y arquitectónicamente diseñado para la función, respetuoso de las condiciones de seguridad y salubridad que demandan el Instituto de Calidad Alimentaria y las normas ISO 9001, retomaron las formas primitivas de la política, se envistieron en padres proxenetas de la horda y entregaron sus hijas al jefe acaudalado de la tribu vecina. Pero olvidaron –pues aún en las sociedades de la memoria se olvida, condición funesiana de seguir viviendo o, para el caso, capitalizando- que en las ciudades-museo los espacios denuncian recuerdos. Las marcas de la historia se inscriben en ellos como pintadas indelebles en los muros o cicatrices y tatuajes en los cuerpos. Así pues, aunque los pupitres vuelvan a vaciar el espacio en que hoy se cocina a fuego lento la potencia del autogobierno, el aula 6 ya no volverá a ser lo que era, en sus paredes se traslucirá el signo peso ($) de la venta, y los cuerpos de las estudiantes-albañiles –cuyo perfume persiste impregnado al aroma de la comida casera que emanan las ollas del lugar (pues, vale la aclaración, en aquella construcción no hubo enajenación)- recordarán por siempre la traición. 

Si en verdad la devolución del aula 6 en las mismas condiciones en que se encontraba es condición para la entrega de los 20 millones, pues entonces como movimiento estudiantil deberíamos exigir la administración del dinero y decidir en asamblea –como hicimos con cada una de las acciones del plan de lucha- en qué gastarlo: si en la construcción de una casa de altos estudios a la que la clase obrera, como recita el cántico, deba subir en escalera, o en una fábrica de producción colectiva de conocimiento; si en golosinas para endulzar las gargantas agrias de discursos vacuos y compromisos pendencieros, o en armas para cuando llegue la hora de las barricadas –última instancia de la política ante el agotamiento de la palabra. Cuando ello suceda, vendedores y compradores estarán por fin del mismo lado del mostrador, aquel contra el que apunten los cañones de la autogestión.



Ya entrada la primavera,
en momentos del trabajo en que el patrón
mira para otro lado, 2010


miércoles, 27 de octubre de 2010

Asamblea de martes: la mella de la burocracia según el prisma que se mire.





El martes 26 de octubre de 2010, a 6 días del asesinato del militante del PO Mariano Ferreyra a manos de la burocracia sindical pedrazista, se desarrolló la asamblea del CECSO de FSOC de la UBA, asamblea que giró mayoritariamente en torno al imprescindible repudio y exigencia de justicia para con aquel asesinato político. Sin embargo, como el término mayoritariamente muestra, no sólo sobre el recuerdo de aquel joven militante trotkista versó la asamblea. Si bien esta parecía discurrir por estos carriles, considerando inapropiada toda intervención que implicara fisurar el saludable consenso de indignación ante un crimen político a manos de una burocracia sindical, sobre el final de la misma, a la hora de las mociones, como quien no quiere la cosa, se introdujo una que no había sido mocionada al menos públicamente por ninguna intervención: no hay nada de malo en ello, pueden acercarse mociones a la mesa moderadora por fuera de ella, como cualquier abc de procedimientos asamblearios ilustra. Sin embargo, como también resulta obvio, es responsable –para quienes tanto gustan de responsables políticos- señalar la procedencia partidaria/agrupacional de aquella moción extra-intervencionista: así, una expresión como un conjunto de agrupaciones, vertida por un integrante de la agrupación estudiantil Prisma, además de vaga, es de una irresponsabilidad proporcional al grado en que le quita el cuerpo –paradójicamente con tanto positivizar poner el cuerpo- a la responsabilidad de nombres propios de agrupaciones y/o partidos. ¿A qué se le teme? ¿Por qué no hacerse cargo? Si esta moción subterránea y traicionera ya fue planteada -por cierto que menos deshonestamente- cada vez que se mocionó a favor de la continuidad del Comedor de Constitución-Ex aula 6 desde la última palabra que brinda la codiciada mesa de moderación, ¿por qué no hacerse cargo de la huidiza moción dando los nombres de las agrupaciones-partidos que la mocionaron subterfugiamente y subieron y bajaron los bracitos votadores al ritmo de la aceptación o rechazo que intuyeron de la asamblea? Lo que se dice: un asunto de principios, ideales, convicciones.

Las intrigas palaciegas forman parte de la política. Pregúntesele sino al oficialismo en torno al vicepresidente mendocino elegido en 2007. Quienes las efectúan creen estar entrando en lo hondo de la política, la política entendida como conspiración: se figuran a sí mismos –una vez finalizada la carrera, si es que alguna vez sucede- como futuros cuadros de una fuerza social de relevancia. La mesa de operaciones moderadora les sirve de escenario, el micrófono de legítimo monopolio de la legítima voz de la asamblea, el resto de ella de auditorio sujeto a las astutas especulaciones: da gracia dado que no vale la pena observar cómo se agolpan detrás de ella como si su posterior fuera la codiciada espalda de la persona amada. Detrás de ella se dan conversaciones que luego se desvanecen, conversaciones no dables de ser tildadas de traiciones dado que eso implicaría creer en demasía en una de las dos partes de la conversación. Hay que reconocer que ese tipo de diálogo forma parte de las tradiciones del populismo que se pretende de izquierda, que –en tanto bonapartista y pendular- flota de una posición a otra según cómo venga la mano –son el antisalmón de la política-, pero no de quienes se referencian en legados autogestivos. Debe llamar a profunda reflexión de estos sectores prestarse a tales contubernios con quienes, bajo la pretensión de que son amigos sólo porque no son enemigos, no dudarán en mocionar en repetidas oportunidades proposiciones irrespetuosas de experiencias prácticamente inéditas en la facultad que conducen, o directamente en aparatear una asamblea introduciendo subterfugiamente mociones que –como un mago con su conejo- son sacadas de la galera. Al menos, cuando vemos un conejo salir de la galera del presdigitador, sabemos su nombre o apodo: sería deseable que lo mismo sucediera con las agrupaciones y partidos que, de la vergüenza del burocratismo operado, ni siquiera se atrevieron a explicitar las corrientes desde la que partió aquella proposición.

El fantasma de la autonomía parece aterrarlas. Y esto no es exclusivo de las agrupaciones conductoras –sin controles de alcoholemia, como buenos tomadores- del CECSO, sino también de los partidos políticos restantes. De otro modo, en lo que a los primeros respecta, habría que prestarse a conspirativas y paranoicas versiones según las cuales su ensañamiento por entregar –lisa y llanamente, son entreguistas confesos y contentos- el comedor-ex aula 6 se debe a secretos convenios con el muy funcionalmente demonizado Caletti –quien hizo todo lo posible para tal negativización- no precisamente expuestos a la cosa pública. Así, la célebre expresión del Decano: ni mentiroso ni buchón, a la luz de la recurrente proposición de mociones contra la experiencia autoorganizada encarnada en el comedor, cobra otro matiz: ¿habrá sido verdad que integrantes del CECSO mantuvieron reuniones secretas por fuera de la mesa de diálogo –y, por ende, irrespetuosos de la tan agitada soberanía de la asamblea- con su tan convenientemente demonizado enemigo? ¿Las principales agrupaciones integrantes del centro fueron irrespetuosas del mandato de las asambleas que tanto elogian? ¿Jugaron a dos puntas? ¿Cayeron –y recayeron- en doble lealtad? Si no es así, ingenuamente, no se sabe por qué tamaña animosidad en devolver gratuitamente un espacio que fue conquistado a fuerza de fuerza, trabajo y afectos por quienes también participaron de la toma y participan de las asambleas. ¿Será por los fondos que un comedor bajo control del centro redundaría para con sus agrupaciones integrantes? ¿Será por la caja que –comprensiblemente- tanto es criticada para con el gobierno nacional pero que, al parecer, no resulta tan criticable cuando los beneficiados somos nosotros y no los otros? No quisiéramos caer en tan mal pensadas interpretaciones. Estamos seguros de que debe haber una buena razón –o varias- explicadoras de tan sintomática conducta. A su espera estamos.

No obstante lo anterior, no puede dejar de señalarse la suerte de inocencia de quienes, creyendo en las palabras de quienes minutos después mocionarían en contra de una experiencia que se mide en mucho más que panes y cervezas –como si esto, además, fuera poco-, repudiaron los llamados intentos del Decanato de sembrar la discordia en la chacra del movimiento estudiantil afirmando que se reunía con una minoría -¿la vanguardia?- de él bajo el pacto de jamás reconocer públicamente la reunión: cada vez que su cabeza tuvo oportunidad no hizo más que embarrar la cancha de una tierra ya pisoteada, pero debe llamar a reflexión de aquella en parte ingenua y muy desilusionada fracción estudiantil sobre su configuración de amigos y enemigos: no se trata de patear el tablero –para eso siempre estará el zapato de Kruschev, mal que les pese a los stalinistas disfrazados de otra cosa-, sino de saber con qué pingos se cuenta a la hora de la partida. Porque, como reza la sabiduría popular, en la cancha se ven los pingos. Y, de un tiempo a esta parte, ya se vieron: se están viendo. En caso de que quienes vienen obrando bajo determinada línea, bajo cálculos miserables realizados con los dedos de una mano, lo sigan haciendo de esa forma, su entreguismo formará parte de una de las herencias más interesantes para con el movimiento estudiantil futuro que intentará no repetir sus tan repetidos errores.


sábado, 16 de octubre de 2010

General Villegas, una ciudad que no tiene salida





Ey baby, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte donde esperan que estés?
Haciendo lo que se espera que hagas.


La violación es una aseveración de poder
Desde la prensa hasta en la calle
Vendiéndola en los diarios, vendiéndola como un producto.

Chumbawamba – “Rape”


En ocasiones nos apoyamos en veredictos de culpabilidad
 o inocencia para resumir la vida de otro.

Judith Butler - “Dar cuenta de sí mismo”



1.

Tal como nos recuerda el suplemento femenino de un diario de tirada nacional, ya pasaron cuatro meses desde que General Villegas adquiriera notoriedad en los medios tras el procesamiento de tres adultos por su vinculación sexual con una adolescente. La circulación masiva de un video de tal encuentro por los teléfonos celulares del pueblo y las manifestaciones de apoyo a los varones implicados bajo la consigna “una ciudad sabe la verdad” indignaron en su momento. Pero, como dice la nota aludida, una vez que el tema salió de la agenda mediática, el trámite judicial siguió su curso. Un curso previsible y esperable, más allá de las lamentaciones bienintencionadas de algunxs o los históricos reclamos de un feminismo que hace bandera de la protección integral de las víctimas eternas de las violencias (mujeres, niñas y niños sobre todo), en coincidencia  con la retórica proteccionista del derecho respecto de estos sectores frágiles de la población.

Las declaraciones testimoniales continúan este curso anunciado. El abogado de la familia de la chica se refirió a estas declaraciones en términos que la nota en cuestión reproduce: “en este momento, toda la actividad judicial está referida a investigar la vida privada de la menor, con preguntas que van más allá de lo obsceno. El fiscal lo refuerza con las preguntas a los testigos, que llegan con un libreto totalmente difamatorio, lo que me llevó a decir en una audiencia que estamos frente a gente sin escrúpulos que quiere difamar a la menor sin aportar a la causa”. Y continúa diciendo: la gravedad de todo esto es que el ambiente sigue inculpando a la menor. Porque del delito no se habla, aunque sea lamentable. Sólo se habla de la víctima”[1].

No voy a desconocer el trato habitual que reciben lxs denunciantes de delitos sexuales o sus familiares y allegadxs: el mecanismo que se conoce como “revictimización” implica que se investiga a las presuntas víctimas o a su entorno inmediato más que a lxs señaladxs como autorxs. Sólo me voy a detener a precisar que, tal como rezan los manuales de Derecho Procesal, el testimonio prestado en sede judicial debe versar sobre algo sucedido previamente, ya que se refiere a una realidad objetiva percibida por los sentidos de quien testimonia. Es una prueba indirecta por la que el juez toma conocimiento de hechos pasados. El testimonio así concebido resulta una prueba de la veracidad –o no- de algo afirmado por alguna de las partes del proceso. Es decir, procesalmente, testigo es siempre un tercero que asume el deber de decir verdad. Las partes del conflicto –víctima, acusadx, demandante o demandadx- no pueden ser testigos en el sistema judicial moderno.

A esta altura de los acontecimientos, no puede sorprendernos que en plena investigación judicial los testigos vuelvan a declamar lo que Villegas sabía mucho antes de la difusión del video. Mucho antes, incluso, de que la chica en cuestión llegara a la casa de uno de los imputados y suceda aquello que para algunxs es abuso sexual, mientras que para una ruidosa o silenciosa mayoría es un acto esperable, no sólo consentido sino buscado por la adolescente: porque era una vaguita, una cualquiera, una chica fácil. Es decir, lo previo a lo que se refieren los testimonios prestados en la causa de Villegas es eso mismo que la ciudad consideraba esperable en la chica. Un entrecruzamiento multiforme de normas de género, sexualidad, relacionabilidad interetaria e intergéneros, incluso de parentesco, más toda una serie de prácticas violentas y abusivas transversales produce eso esperado. Dar testimonio o decir la verdad en General Villegas es decir lo que se esperaba que ocurriera y, efectivamente, ocurrió[2]. 


2.

Otro punto cuestionado es la valoración que hizo la judicatura de los dichos de la chica y su concreción en la libertad de los procesados. Recordemos que los modos de producir la declaración  de niñxs y adolescentes menores de dieciséis años no son los comunes, sino que tienen un régimen y un dispositivo especial (cámara Gessell u otro medio técnico, asistencia, consejo y contención psicológica, etc.), con lo que se pretende resguardar “la integridad psíquica  y moral del niño (sic)”[3]. Según reproduce la nota periodística que vengo citando, en el auto de procesamiento el juez dijo: “cabe expresar al respecto que el sentimiento de temor manifestado por la menor en la audiencia prevista en el artículo 102 bis, que le impidió resistirse del obrar de los imputados, se desvirtúa, vale decir, no se advierte al constatarlos con su declaración tomada en su conjunto y con el video obrante al folio 4, por lo tanto no encuentra acreditado en este primer acercamiento procesal los medios comisivos de violencia y amenazas necesarios para configurar el tipo penal del delito en análisis”. No obstante lo decidido por el juez, sostiene la psicóloga oficial interviniente que la víctima no fabuló ni simuló: entonces, ¿qué fue lo que dijo la chica cuando expresó que “no tenía salida”? ¿Dijo una mentira o dijo algo verdadero? ¿Hay algo así como una verdad que no quiere ser oída? ¿O simplemente sus dichos dejaron al descubierto que una vulnerabilidad pacientemente construida no tiene más salida de la ciudad y sus trampas que haciendo eso que se espera que haga? 

Cristina Corea distinguía el testimonio jurídico del testimonio de alguien que necesita, a través de eso que va a decir, pensar lo que hizo, quien testimonia “acerca de en qué se convirtió”: este testimonio no puede ser ni verdadero ni falso y “siempre necesita de otro que le dé sentido”[4]. En General Villegas, el sistema que habla por boca del juez Gerardo Palacios Córdoba no dio suficiente crédito a esas palabras testimoniales de la chica. ¿Se trata simplemente de prejuicios sexuales, de género, clasistas o etarios, como dicen algunxs especialistas, que actúan a la hora de la intervención judicial en sus distintas fases? ¿Se trata solamente de la violencia sin ley y sin límite de algunxs, legitimados por quienes detentan la autoridad, un poder que se ejerce sobre víctimas sin voz creíble? Las relaciones de fuerzas que se despliegan me hacen preguntarme una y otra vez de qué hablamos cuando hablamos de la verdad y de lo verdadero y qué es lo que le pedimos al brazo judicial del Estado cuando ciertos procesos salen a la luz de los medios de modo tan alarmante.

Porque, como Foucault dijo tan sencillamente, el poder nos obliga a producir la verdad, la exige y la necesita para funcionar. La verdad es  ella misma poder y funciona dentro de marcos hegemónicos: es el conjunto de las producciones que se realizan en el interior de un dispositivo. Hay entonces una verdad extraíble limpiamente de los hechos y dichos que una causa judicial reúne y califica. Hay una verdad producida bajo tales condiciones. Si bien las normas de ese marco instigan e incitan a producir lo verdadero, lo que dijo la chica excede ese reclamo. Pero el dispositivo jurídico no es apto para leer y valorar esa testimonialidad en curso de producirse. Está para producir otra cosa. Otra verdad tal vez, más resumida y tajante que aquello en vías de producirse en la declaración de la chica de General Villegas.


3.

Mucho se ha dicho sobre la puesta en escena judicial. Y en esa escena, todxs hacen lo que se espera que se haga. Se inquiere sobre gustos, preferencias y actitudes de la víctima, se expone esa intimidad supuestamente protegida por ley suprema a la mirada de la máquina judicial, se la hace pasar a través de todos sus engranajes. Los mecanismos con los que se ha pretendido desde hace más de un siglo defender a la sociedad encuentran en el sistema de derecho y su campo de aplicación más obvio y directo (el judicial) un vehículo permanente  de configurar relaciones de dominación, en algunos casos muy sutiles, en otros burdamente visibles[5].Pero más allá de eso burdo y denso que en General. Villegas adopta las formas reconocibles del sexismo y el abuso de poder, pensemos en el sistema de derecho no sólo como la ley del Estado, sino también como el conjunto de aparatos, instituciones y reglamentos que aplican el derecho, un sistema mucho más extenso que sus actores y representaciones. Y en tal complejidad, no es dable pensar que sólo porque el sexismo hace de las suyas hay interferencia en la aplicación de la ley o del procedimiento adecuado para llegar a la verdad, si con verdad nos queremos referir a lo que realmente sucedió en General Villegas o a lo que la chica tiene que decir al respecto.

Con todo lo hasta aquí dicho no puedo desconocer lo que ha significado la delimitación de la intimidad sexual (lo que la letra del derecho argentino reconoce y denomina “integridad sexual”) como una esfera personalísima que debería escapar a los embates exteriores de todo tipo (Estado incluido). Pero, por otra parte, tampoco puedo desconocer cómo, desde hace más de un siglo, se ha venido constituyendo un espacio de fragilidad muy definido. El énfasis puesto en la vulnerabilidad insuperable de algunxs y la voluntad avasalladora e irrefrenable de otros, con sus determinadas pertenencias de clase, edad y asignaciones de género (porque, por poner ejemplos concretos, de las personas trans, inmigrantes o migrantes y adultxs pobres en general no hay letra específica que reasegure su posición de debilidad). O como también ese mismo espacio de fragilidad tiene su correlato en la debilidad moral de la mujer, adolescente o niña, un eco de la honestidad que se protegía antaño. Un eco que no sólo en General Villegas sigue reverberando. Frágil es la posible víctima que necesita protección y vigilancia, frágil es también aquella cuya honestidad peligra a causa de sí misma y los llamados de una carne siempre débil y ocasión del mal. Por vaguita, por fácil, por no tener salida.


4.

Cuando las She-Devils grabaron, allá por 1997, su canción “Baby”, no sólo hicieron una inestimable colaboración con la lucha por la despenalización del aborto. Porque con el split compartido con los Fun People (¡hardcore gay antifascista!), que se llamó “El aborto ilegal asesina mi libertad”, quedó claro que también pensaban en la libertad de disponer de los propios cuerpos y afecciones. A esta chica del conurbano bonaerense que interpelaban en mi caso, como para tantxs otrxs chicxs de la ciudad o del interior, ya nos pasaron los años, pero el disco sigue teniendo una inquietante vigencia: porque el aborto sigue siendo punible y las figuras delictuales del Código Penal continúan encarnándose en Rominas Tejerinas o adolescentes anónimas como la de General Villegas. Y más allá o más acá de todos los interrogantes inconclusos que desparramé más arriba, me pregunto qué va a ser de esa chica de General Villegas que probablemente no saltó nunca en un recital de las She-Devils ni escuchó a Chumbawamba ni leyó al Foucault aquí citado. Dicen que una psicóloga local la asiste, que sigue yendo a la escuela, aún envuelta en murmuraciones.

La ciudad que sabe la verdad sabía qué esperar de la chica en cuestión. Y ahora espera su sentencia. Que las prácticas judiciales producen lo esperado también se sabe. La inquisición es permanente y continua, por más cámara Gesell o informes psicológicos que se invoquen. Y aunque la eventual sentencia condene de alguna forma a los procesados, General Villegas, como cualquier otro lugar, sigue sin tener salida. Y nosotrxs queremos escapar, como cantaban las She-Devils. Irnos a un lugar donde lo esperable no ocurra.




Notas:

[2] En otro lado me referí al sistema de pruebas germánico y feudal, según el cual, tal como explica Foucault en unas célebres conferencias, no se probaba la verdad, sino la fuerza, el peso o la importancia de quien decía. Los testimonios eran así prueba de la importancia social del individuo, no una aseveración verdadera o falsa.
[3] Conforme se dispone expresamente en los artículos 102 bis y ter del Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires, que es el aplicable en el caso.
[4] Corea, Cristina: El testimonio como intervención en la catástrofe. Fraternidad, aguante, cuidados: la producción subjetiva en el desfondamiento. http://www.estudiolwz.com.ar/protoWeb/lwz03/chr/CCorea_enALPOYP030910.htm
[5] En palabras de Foucault: “el sistema del derecho y el campo judicial son el vehículo permanente de relaciones de dominación, de técnicas de sometimiento polimorfas”. Foucault, Michel: Defender la sociedad. Curso en el College de France. Clase del 7 de enero de 1976. Pág. 36. Otra versión del mismo seminario la leen en Caosmosis.

viernes, 15 de octubre de 2010

Llegamos tarde: un bar, su necesaria memoria y su imprescindible olvido.





La tarde de junio de 2009 del capusottiano 1-6 versus Bolivia fuimos con Carrasco –el hermano mayor de Lucas, el ametrallador serial- al bar de Las Heras y Paunero y, recién en él, nos percatamos que, al no tener televisor, iba a ser difícil que viéramos el partido. Conocíamos el barrio-paño y frecuentábamos el bar, pero a veces los deseos obturan todo verosímil cálculo de posibilidades sobre su concreción. Terminamos viendo el partido en un restaurant popular –sí, en Recoleta- justo enfrente de una de las entradas de Plaza Las Heras, allí donde estuvo la cárcel donde fue ejecutado Di Giovanni ante la mirada de Arlt y donde las fuerzas policiales peronistas torturaron y se les fue la mano con uno de los interrogados. En oportunidades la política urbana macrista, como el poder según el puto maoísta, produce y no sólo reprime: ante la paredización previa al alambramiento de la plaza, los paneles de metal, día tras noche, aparecían dibujados por grafitis no sólo críticos de la privatización –enrejamiento, candado y llave ante la llegada de la antiiluminista noche-  del espacio público sino, haciendo un trabajo de memoria, también de pintadas referidas a la historia del lugar antes de que se con-virtiera en plaza. Su pasado como cárcel, su historia como lugar del crimen de aplicación asesina de uno de los inventos argentinos, las ironías sobre la necesidad de hacer un museo también de esas atrocidades, su existencia como paño donde se escriben las textualidades del presente. Podría haberse agregado el asesinato –no ajusticiamiento- de Hermes Quijada, el militar que apareció por televisión el 22 de agosto del ’72 dando la cara para afirmar que ante el intento de fuga de 19 subversivos de 3 organizaciones terroristas se había dado muerte a 16 de ellos, por el gallego Fernandez  Palmeiro, integrante del ERP-22 de agosto, escisión camporista del antiperonista PRT-ERP, sobre Las Heras y Sanchez de Bustamente, como cantan Calamaro y Scornik en 22, el loco, musicalización entre otras de la monumental obra cinematográfica Gaviotas Blindadas.  Los lugares guardan una historia que sólo su roce con textos revela en toda su significación política: la iglesia católica de Av. Corrientes y Palestina (ex Rawson) desde la cual fueron baleados obreros durante la semana trágica del ’19. Como la revolución francesa a partir de lugares y no de escritos, autores o sucesos, la historia desde los sitios y no las historias de los lugares. Una combinación de urbanismo, historia y política que suele resultar refractaria desde el nicho al que se pertenezca. Una forma de caminar la ciudad mal vista por tiempos metropolitanos que no bien reciben que, como el filósofo que de tanto mirar el cielo se cayó al pozo –mi philosopher fall down in a black hole-, un transeúnte camine con la vista levantada observando las construcciones que lo rodean y albergan. La vista, como apuntar a través de una mira, debe ser recta, no aleatoria. La inclinación de la cabeza ni altanera ni sumisa: en el grado militar exacto en que se prevé tanto la inminencia del enemigo como la proyección de los pasos. No hay tiempo para nada: el que se detiene, como en la carrera académica, pierde. Es pisado por los que vienen detrás, atropellado por los de delante, no citado por los que vendrán.




El bondi es un viaje no sólo por el traslado sino también por la experiencia que vehiculiza. Es en este sentido que la añoranza de teletransportación adolece de sentido. La significación de la resaca no es la desinhibición que drogas y alcohol –redundantemente una droga- producen sino su duración desde que se hacen cuerpo hasta que son expulsados. En esta dirección, el deseo de teletransportación, pretendiendo ahorrarse la experiencia de volver de Pompeya a Villa Urquiza, precisamente lo que suprime es eso: la experiencia. Es cierto que esta se hace-obtiene de eventos ordinarios –la gris convivencia, la mediocre normalidad- y no de hechos extraordinarios: una revolución o vacaciones. Sin embargo el viaje que se opera urbanamente es de muy diferente índole que aquel para el que se trabaja todo el año: mientras este forma parte de lo que se aparta de lo ordinario –de allí que dure 2 o a lo sumo 4 semanas al año-, el primero forma parte del hábito, de lo que se repite día tras día. Es decir, no sólo que de carne somos, sino también la carne que somos. Así, un viaje en el 41 desde la ahora iluminista Plaza Miserere hasta el goyenechiano Saavedra puede revelar lo siguiente: no sólo que lo que era un bar, en breve –en muy breve, en una brevedad propia de eyaculación precoz-, será un edificio, ya que no hay nada de extraordinario en ello, toda la ciudad -desde hace ochenta años- está dejando de ser un lugar anarquistamente horizontal para ser vanguardistamente vertical, sino que, en sintonía con la hipertecnificada proliferación de signos de la que es imposible tener registro, la ciudad forma parte de una dinámica centrípeta a la que resulta difícil seguirle el pulso: ingenieros civiles afirman que, según lo que aprendieron en la universidad -lo que no resulta excluyente de que se te caiga un gimnasio al lado de lo que estabas por levantar-, construir un edificio lleva mucho más tiempo del que el ojo humano, en los barrios periféricos en los que todavía puede levantarse la vista, registra cotidianamente. La única forma de percibir diariamente las modificaciones de una construcción octogeneria para convertirse en un nuevo edificio es siendo vecino de ella. De otro modo, el mismo ritmo y colapso de la metrópoli, y la misma existencia de la vida como flujo cotidiano que cree dominarse bastante más de lo que en verdad se controla, vuelven imposible ese seguimiento. Cuando pasamos por última vez todavía era un bar al que podíamos ir a leer textos como extensión de la universidad al resto de la sociedad: cuando pasamos nuevamente ya es una obra en construcción con telas, andamios y paredes plásticas. Una antimilitarista patrulla de rastrillaje, documentación e investigación urbana debe estar al tanto que, a pesar de lo posible y poético de su existencia, intentando pensar la historia argentina a través de sitios y pintadas y mezclándose con vecinos de la otra punta de la ciudad como forma de conocerla en su vida cotidiana, ese es el paño sobre el que opera: edificios históricos receptivos a los flashes porque están abandonados desde hace lustros y se mantendrán en ese estatus un tiempo, pero también construcciones que llevan en sí parte de la historia de la ciudad –y, en tanto capitalinamente unitarios, del país- que serán tragados por la tierra antes que una cámara pueda registrarlos fotográfica o cinematográficamente. Una fracción de la metrópoli está desaparecida, no está muerta ni viva, desapareció: no se sabe qué fue de ella, quién la habito, quiénes fueron sus vecinos, qué historias de amor y odio germinaron en su seno, qué textos se leyeron en su interior.




Cuando se escriben textos de estas características una obvia reflexión que suele ser omitida, quizá como condición misma de posibilidad de su hechura, es que la museificación de una ciudad, más allá de lo que enseñen los últimos treinta años de obsesión internacional por la memoria que localmente se manifestaron en la última década, no da trabajo. Es decir, a pesar de los nuevos empleados administrativos y profesionales que un museo necesita para su andar, en el caso de la contraposición entre horizontales casas y verticalistas edificios, la tasa de empleo –precario, mal pago, inseguro- que generan los últimos no tiene comparación con el que producen los primeros. Otro matiz, presente sobre el tamiz de una reflexión sobre la nueva ciudad que se levanta sobre las ruinas de la anterior a una velocidad que vuelve arduo su seguimiento, son los destinatarios del empleo generado: mientras que en el primero se trata de paraguayos, bolivianos y peruanos desde hace diecinueve años –gobernar es poblar, aunque me quede soltero- pobladores  del país como segunda oleada de cabecitas negras que construyen casas en las que no van a vivir en barrios en los que serán mal mirados, la primera acoge la resaca noventista de clase media ya sea en trabajos repetitivamente administrativos o no menos automáticos, más allá de título en la pared, profesionales. Cuando se lamenta los edificios levantados en Villa Urquiza o Caballito, azuzados mediáticamente por derrumbes que hacen el juego al agorero apocalipsis agitado por medios que normalizan la vida en estado de excepcionalidad, se invisibiliza que una sociedad, así como no puede vivir en constante estado de colapso ya que necesita de cierta normalidad aunque esta haya nacido de lo antaño considerado excepcional, tampoco puede hacer de su ciudad una naturaleza muerta a cercar, conservar y luego mostrar. Es decir, un museo. Sin ánimos de hegelianistas síntesis o pendulares bonapartismos, urge un modo de penar la metrópoli y sus derroteros entre la nostalgia de lo que fue y no volverá y lo que todavía es pero quizá en breve ya no sea. No se trata de museificar sólo el casco histórico o casquificar algunos pocos pero identificables -¿idénticos a qué?- edificios míticos de la ciudad, sino de un andar que, al mismo tiempo que recuerda antinostalgiosamente lo que alguna vez fue y ya no es, se pregunte por las condiciones de lo que todavía es y puede o no seguir siendo, no sólo en vistas de conservación de un supuesto patrimonio histórico sino también de respuesta ante el que constituye el principal capital de toda nación:  sus habitantes. Que el recuerdo de las atrocidades del pasado no olvide las peripecias del presente –como provocativamente fue planteado hace casi 20 años en el campo internacional de la memoria y recientemente derramado en la Argentina bajo la forma de un divo con conchero de periodista que capitaliza aquella farsa como recuperación del barniz de adolescente rebelde que tiempos no asfixiantemente neoliberales le arrebataron-, pero, también, que la ad-miración de las construcciones del pasado, su avistaje, sistematización e investigación, no invisibilice las condiciones de vida, trabajo y tránsito del presente. Una reflexión honda  sobre la ciudad contemporánea no pude arrebatarle el cuerpo a estas aporías.


domingo, 26 de septiembre de 2010

multipliquemos las historias





multipliquemos las historias

         I. Antes de empezar con estos apuntes, nos gustaría decir por qué nos parece necesario contar nuestras experiencias, contar lo que nos está pasando. Por qué es necesario que, en el calor de estos días, multipliquemos los blogs, los murales, los artículos, los relatos, los intercambios, las discusiones.

         De sobra sabemos cómo ha leído la Institución los acontecimientos que están teniendo lugar, como ha tratado –insistentemente- de inscribirlos en una cronología del orden establecido. En esa cronología, todo lo que no se identifique plenamente con ese orden establecido es una mancha. Cada día de toma, cada corte de calle, cada clase pública, cada clase autogestionada: una mancha. “La toma es presentada como una interrupción de la “regularidad”, una pausa improductiva que genera pérdidas. Pérdida de trabajo (“se han perdido semanas de trabajo”), de stock (“se perdió un 20% de stock de bancos y sillas”), de carga horaria (cada materia “perdió entre el 15 y el 20% de su carga horaria cuatrimestral”), etc.”. Algún día –supone la Institución- la máquina volverá a funcionar normalmente, todo este error será corregido, y La Historia dirá que sólo fue una interrupción, una pequeña mancha en la cronología del orden.

         Tenemos, entonces, una tarea por delante: la de hacer nuestros propios relatos e inscribirlos en nuestras propias historias. Unos relatos donde todo este proceso no sea ya una mancha o un error, sino lo queramos que sea. Abramos y construyamos nuestra propia línea de tiempo: con sus propios deseos y proyectos, sus propias preguntas e inquietudes, sus propios errores y aciertos, sus perdidas y sus ganancias, etc.

         En nuestras historias, por ejemplo, no aparecerá un relato de la “inseguridad” en torno a la interrupción de la máquina. Aparecerán, más bien, preguntas: ¿qué seguridad es la que se ha interrumpido? ¿cuál seguridad? ¿cuáles garantías? ¿no será, solamente, la seguridad de lo que viene siendo, la seguridad de la costumbre?

         En nuestras historias todo esto que somos es una formación permanente, un exceso. Sabemos de nuestros errores –de ellos también hacer una historia- pero también sabemos que no existe un tiempo abstracto para construir una potencia: la potencia se construye en la lucha, y en la lucha se da sus modos de funcionamiento, sus características, etc. No vamos a esperar a entender, a saber cómo se negocia, a estar de acuerdo.

         Cada día, no sólo está en juego la lectura presente del proceso, sino también lo que de él quedará, cómo cristalizará en la memoria de todes les que habitamos la facultad. En este sentido, creemos que debemos disputar contra todas las operaciones simbólicas que pretenden borrar la toma de cara al futuro. Tenemos que multiplicar nuestros relatos, tenemos que contar(nos) lo que nos pasa, tenemos que escribir, filmar, dibujar, tenemos que transmitir nuestra experiencia y evitar que se pierda, evitar que se borre y evitar que otres la cuenten por nosotres.

         Digámoslo pronto: no queremos un relato único y monolítico sino múltiples relatos, que se expresen muchas maneras de vivir y sentir el conflicto y la lucha, con sus acuerdos, sus contradicciones, etc. Contra La Historia del Uno, opongamos las historias de todes.

         II. Hay un triunfo implícito en este tipo de procesos de lucha, quizás el más importante de todos: les estudiantes nos damos cuenta -¡por fin!- de que todos los días plebiscitamos un modo de producir conocimiento, un modo de habitar la facultad, un modo de relacionarnos entre nosotros y con los profesores y profesoras, un modo de relacionarnos con los textos, etc.  Lo que se ha abierto por estos días, lo que hemos abierto, es una situación que interrumpe el flujo de lo siempre idéntico, violentándolo, desnaturalizándolo, mostrando su contingencia y, al mismo tiempo, como cada uno y cada una de nosotres decide todos los días que la facultad sea de determinada manera y no de otras tantas posibles. Este despertar, entendemos, es un paso ineludible para pensarnos como sujetos y sujetas que pueden llevar adelante una transformación que materialice sus deseos.

III. Confiamos en la memoria de nuestros cuerpos, en su capacidad para ser el lugar de sedimentación de todas las experiencias que venimos viviendo.  Queremos darle a nuestros cuerpos las disponibilidades para que florezcan otros modos de ser en el aula y en los pasillos, entre nosotres, con los textos, etc. Ese aprendizaje del cuerpo –lo sabemos- se da sólo en la práctica. Por eso tenemos que hacer más clases autogestionadas, más artículos escritos colectivamente, más mateadas en los pasillos… y entregarnos al aprendizaje.

         Confiamos en que nuestros cuerpos no van a poder adaptarse normalmente a la normalidad si mantenemos encendidos todo esos espacios. Queremos que cuando la máquina vuelva a funcionar nuestros cuerpos se desacoplen, se pierdan, se fuguen, se equivoquen, que cometan errores, etc.
        
         Queremos que nosotres mismes nos impidamos olvidar. Queremos poder decir una y otra vez que estuvimos ahí y que no vamos a desoír los deseos que ahora nos habitan: los proyectos, las ideas, etc. Tenemos una tarea política por delante: darle continuidad a los procesos abiertos, darnos los espacios para que todos estos fenómenos excepcionales se vuelvan regla entre nosotres. Tenemos la ineludible tarea de evitar que nuestro habitus nos vuelva para atrás, nos lleve de nuevo a lo acostumbrado, a lo siempre idéntico, etc. Ahora sabemos qué tenemos que exigirnos, con qué tenemos que comprometernos. Habrá que trabajar sobre esas tareas y sobre esas exigencias, pensarlas, discutirlas, que sean una con nosotros.

         Tenemos, desde ahora, nuevas preguntas –nuevas armas- para abordar una y otra vez a la Institución y también a nosotres mismes. Todo este proceso nos dejará disponibilidades, como decíamos, pero también preguntas y voluntades de querer y de no querer. Hay que martillar a repetición: ¿Por qué es así y no de otra manera? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?



Flor, Sofí, Ale, Santi, Juli, Eva, Sofi, Inés, Mariela, Gastón, Lucila,
Tomás, Facu, Guille, Ana, Mati, Rulo, Carlos,  Martín, Ale.

Nota: este testo excede a NDC, aunque remite a nosotras/os y sus derivas. Nadie sabe lo que puede la autoorganización. Se trata de hacer experiencia de ello.