sábado, 20 de noviembre de 2010

El dormidor (o la máquina que venció al insomnio)





¡Qué se vote!, aúllan los rubios animales de presa en las noches de asamblea llena.

¡Qué se vote, qué se vote!, corean con el puño izquierdo en alto, aquel que lleva el reloj pulsera.

Ya es hora, se dicen somnolientos en gemidos y bostezos, deseosos por desfigurar el círculo sin contorno, metáfora geométrica imposible de la comunidad de iguales.

No va más, canta el grupière y hecha a rodar la bolilla y pone a girar la ruleta –negro, el cuatro.

Acallemos al orador, indispongamos nuestros oídos a la desatención, sustituyamos la palabra por el número, la retórica argumentativa por el conteo de manos alzadas.

Que nosotros trabajamos, ni vagos ni holgazanes, queremos estudiar, ir a nuestras casas, descansar, retornar –como lo hubiera querido el General.


CONTRAMOCIÓN:

Abolición del sueño (no del amo, no del esclavo, no de Dios, no de la producción ni de la reproducción [heterosexual] –tal vez, en próxima votación).

Muerte al agotamiento, que el desfallecimiento desfallezca, larga vida al desvelo, utopía del pleno rendimiento.

Y así fue que nunca más alguien durmió, la vigilia sempiterna se apoderó de los cuerpos, epidemia universal de insomnio.

Los días se volvieron uno con las noches, las almohadas vírgenes, los lechos vacíos, los párpados suspendidos, el calendario deshojado como margarita, como carpeta de escuela a fin de año.


Hasta que un lúcido inventor creó...

         El Dormidor: el primer y único despertador que te manda a la cama a dormir 
(con o sin cenar).


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