viernes, 26 de noviembre de 2010

Nosotros, los bahienses





Ayer concurrí a mi primer marcha en mi ciudad natal. Mi espíritu coleccionista/taxonomista/perfeccionista me ha llevado a la búsqueda de inicios perfectos. En los inicios, en los primero de /cualquier cosa/ he tratado obsesivamente la perfección. Desde la colección de figuritas, pasando por la construcción de colecciones de objetos y hasta en el inicio de cualquier actividad que lleve adelante. La búsqueda de un inicio perfecto es la condición indispensable para la perfección final. Será que la falta de perfección en el inicio habilita el abandono de la empresa, en fin.

En esta primera marcha en Bahía tuve un inicio cuasi perfecto. El motivo era el correcto, era EL motivo. Condición de posibilidad de la constitución de una vida política en Bahía aceptable era un inicio como este. Si debía asistir a una marcha en Bahía Blanca esa marcha debía ser contra La Nueva Provincia, mi primera obsesión política (junto con la dictadura) allá cuando tenía 14 o 15 años. Además, lo que lo hace mejor aún, fue absolutamente improvisada, estaba de casualidad en la ciudad, me enteré de casualidad y casi que caminé hacia el centro de la plaza casualmente, con miedo, solo, distante, expectante, para recibir de una simple caminata de dos cuadras lo que no sentí en 27 años de bahiense.

La ida de la ciudad previa a la edad universitaria y mi falta de conocimiento de ese ámbito me alejó también de experiencias de militancia en la ciudad. Todas mis experiencias de militancia se desarrollaron en Buenos Aires.

Llego al centro de la plaza desde una de sus esquinas, escondiéndome en mis bolsillos. La soledad en una marcha siempre fue algo que me fue difícil de llevar. El primer grupo de personas que veo es chiquito, unos 5 o 6 charlando. Identifico a un hombre, alto, de barba, muy alto, grandote, pero de esos grandotes que no intimidan, un grandote de unos 60 con amigable sonrisa, ojos alegres, entusiastas. Lo conozco de cuando iba a los Juicios por la Verdad, cuando tenía 15 o 16 y empezaba a hacer algo por mis inquietudes políticas. Veo una mujer charlando con él y me esperanza la posibilidad de que sea Mirta Colángelo, a quien hace un par de años no veo. No es. Paso por su lado, voy girando en torno al monumento central y apunto a un árbol buscando algún punto de referencia donde no sentirme tan solo. Me apoyo allí, contemplando a la JP y sus banderas y cantos. Que difícil militar en Bahía, pienso. Son 4, pienso. No son 4, son más. Cantan a favor de Cristina, son muy jóvenes. Algunos, tímidos, parecen asistir a su primer marcha militante. Cerca mío un par de chicas de la facultad (que acá se dice Uni). Una de ellas docente, comenta sobre su trabajo, vino en bici. Yo llegué en un Tiida, pienso. “¿Se puede militar con gente con la que se tiene tal diferencia vehicular?”. Tal vez haga falta comprase una bici, consenso.

Partimos de la plaza. Me encuentro caminando en la columna de la JP tras una bandera que dice “Juventud Kirchnerista”. Un poco incómodo por el tag me termino corriendo al llegar a la punta de la plaza. Voy vagando entre las banderas, miro el celular constantemente como único punto de referencia, lugar de encuentro con quienes son parte de mi vida y no están ahora. Solo allí comienzo a buscar comunidad. Me da vergüenza no estar del todo seguro donde está el edificio de La Nueva Provincia. Entre mi falta de orientación geográfica crónica y mi poca familiaridad con el transito cotidiano por estas calles trato de seguir a los co- como sabiendo hacia donde vemos. Veo unas banderitas de 678 y por alguna extraña razón me siento más familiarizado. Alguna vez pensé que una de las pocas cosas lindas que tiene la globalización son los puntos de referencia globales que al ser también puntos locales pueden remitir a la localidad estando al otro lado del planeta. Ya me pasó en Londres, donde me sucedió algo tan estúpido como que un McDonalds fuera lo único conocido, lo único que podía conectar a mi lugar.

Dejamos la calle de la plaza y ahora nos rodean comercios. Los comerciantes, apostados en la puerta de sus propiedades, nos miran. Espectadores de una manifestación, han salido todos a las puertas, todos. Los miro extrañado y comienzo a sentirme parte. No soy ellos, soy estos. Aquí, de este lado, donde hay alegría, donde se camina charlando, cantando, donde un desconocido como yo camina como un compañero, también se es bahiense. Allá, mirando el espectáculo, interrumpiendo la labor comercial por la fuerza, reaccionando como todos esperan, poniendo cara de desaprobación, colocando la marcha en un escenario teatral, cómodos, los otros. Bastó esa cuadra para cambiar la mirada sobre mí mismo, la ciudad y sus habitantes.

Camino junto a un grupo de desconocidos con los que me siento identificados políticamente y puedo visualizar, son carne, frente a mí, a aquellos por los cuales he puteado tanto a esta ciudad, a aquellos por los que tal vez nunca me sentí del todo cómodo en ella, y a aquellos por los que acelere mi salida todo lo que pude.

Comencé como un etnógrafo, terminé siendo parte. Recorrí esas mismas calles en las que me crucé con los vestiditos tantas veces, esos que miran de costado, que se fijan en lo puesto, que tienen padres bien. Recorrí esas calles, las mismas, mismitas, en las que nunca me sentí cómodo caminando. Esas calles en las que aceleraba el paso, esquivando gente, sin mirarlos. Las que recorría como un shopping, intentando esquivar el camino diseñado para ir directo al punto, a comprar una zapatillas, un disco, a tomar el bondi, pasar, entrar y salir.

Esta vez el recorrido se hace cuerpo social, se extiende en colectivo y modifica el paisaje. Me estiro cual goma y soy/somos todos. Una sensación de comunidad que no corresponde a la frialdad del clima, de los transeúntes, de la ciudad. Lo que era caminata aislada, lo que era evitar al otro, se hace cuerpo colectivo, se hace contacto. Los vestiditos siguen allá y acullá. Pero el recorrido es pura extrañeza. Ya no son los que eran. Esas mismas calles donde la sociedad bahiense se reafirmaba a cada paso comienza a modificarse con la irrupción de un nosotros.



Nota: este testo ha sido traído desde práctica discursiva. Lo leen acá

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