miércoles, 29 de febrero de 2012

tenemos un plan mínimo: ir












tenemos un plan mínimo: ir
de este punto a aquél otro
nada que exceda el campo
visual área labrable que rodea
el ojo, la vivienda, la nutre
la amenaza de mutarla
en tubérculo. tenemos un plan
tan próximo nada ambicioso salir
al patio un ahí
circunscripto
un destino
ni siquiera un movimiento: un traslado
pero
ningún punto se deja morir
el suelo insiste se nos pega
a los pies no podemos
caminar sin tironear las macetas
el perro las tazas de té el sentido
de un dibujo en el mantel incluso
lo que estaba olvidado los gestos
enterrados se despiertan encadenan
bajo el pasto el paso el piso el pie
nunca se escapa de su materia 

sábado, 25 de febrero de 2012

Fantasmas en la estación





Un cadáver en el cuarto vagón. Cincuenta muertos entre el primero y el segundo y un cadáver en el cuarto vagón desquicia toda previsibilidad. Porque aún después de cincuenta muertos es necesario al menos una pizca de previsión. Que no hubiera más muertos en la estación permitió que se retomara la circulación. Que los trenes echaran nuevamente a andar. Que las boleterías volvieran a expedir boletos. Hasta que un cadáver en el cuarto vagón detuvo otra vez el flujo. Estaba tan cerca y nadie lo vio. Casi en la punta de los hocicos de los sabuesos busca muertos y nadie olió su olor a putrefacción. La estación se supo de pronto invadida por un fantasma que se resistía a abandonarla. Un fantasma que viajaba en tren fantasma.

Dos días es el tiempo que comúnmente media entre la muerte de un cuerpo y su entierro. Es el tiempo del velorio. También de los primeros signos de descomposición.  ¿Quién de nosotros podría asegurar que no palidecería a la vista de un cadáver lleno de gusanos?, nos pregunta Bataille. Los mismos fierros ferroviarios que aplastaron el cuerpo fueron los que se encargaron de ocultarlo. De mantenerlo oculto de las caras pálidas. Y de pudrirla. ¿Quién habrá ocultado el olor? ¿Y el dolor? Resultado del ocultamiento: la inminencia frente a las narices de investigadores, pasajeros, cámaras y deudos ya no sólo de un tendal de gusanos, sino de un fantasma. Y si al mal olor lo quitan los perfumes, si a los cadáveres los retiran los bomberos, al fantasma no hay quien lo vaya.

La muerte es un viaje de ida. ¿Pero qué hay allí cuando el viaje se detiene a mitad de camino? Hay un umbral, como aquel que media entre la ciudad capital y el conurbano bonaerense, entre el lugar de trabajo y el de vivienda. Hay un no-lugar, como una estación de trenes en que sucede de todo menos la posibilidad de una identificación –de un cuerpo. Hay una estancia liminar, como destierro al cual son arrojados los cuerpos marginados. Hay un entre dos y, lo que sucede entre dos –según dice Derrida-, entre todos los “dos” que se quiera, como entre vida y muerte, siempre precisa, para mantenerse, de la intervención de un fantasma.

Las cortinas azules de la PFA se corren para efectuar el retiro del cadáver. Como antes los fierros ferroviarios, las cortinas se disponen a mantener el cuerpo oculto de las caras pálidas y de las cámaras morbosas –al menos hasta que aparezca el mejor postor de la Crónica mortuoria. ¿Pero a quién resguardan las cortinas: al muerto, a las caras, a las cámaras o al fantasma? Que la muerte no se vea. Que se vaya el cadáver. Y lo sacan con las patitas para adelante por la puerta trasera de la estación, aquella que linda con el santuario por los muertos de Cromagnon. Allí donde alguna vez la arteria fue taponada y –paradoja del destino-, en estos días de inclemencia, by pass mediante, se volverá a abrir. ¿Taponarán estos nuevos muertos su propia arteria? ¿Tendrán estos nuevos muertos su propio santuario? Para que haya santuario, es preciso que antes haya luto. Y aún hay muertos que no lo tienen.

Si no hay cadáveres, hay fantasmas. Si no hay luto, hay anomia. Mientras el duelo postergado tendrá lugar en otro lugar, la indignación popular se agita ante las cámaras para que se haga visible la aberración de aquellos para los que el muerto pasó desapercibido. ¿Cómo puede que no lo hayan visto? ¿Cómo puede que no lo hayan olido? Y, aprovechando la inminencia del fantasma, otro fantasma copa la estación. ¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo! Si un fantasma es un exceso, dos es una exuberancia. Alcen las barreras para que pase la farolera. Que se reanude el servicio. Que se desplieguen los efectivos. Que se vayan todos los fantasmas.

sábado, 17 de diciembre de 2011

19/20 en todas partes y en ninguna






introducción a la vida no autista
  
  0. Es difícil hacerse una imagen de lo que se aparece fugaz, intermitente. La apariencia multitudinaria de 2001 no escapa a esto. En esta búsqueda de un signo que lo diga todo, imagen en suspenso de lo que no se puede asir, ¿por qué deseo somos hablados? Desprender 2001 como si se tratase de una imagen sin espesor, a eso estamos habituados: ¿qué órdenes implícitos aparecen así?

  1. Llevo en mis oídos la más maravillosa música, podría decir todo aquél que haya transitado esa odisea del espacio que 2001 resume. El andamiaje estatal, la forma-Estado se tironeaba por todas partes. La fuga ya no era el hurtarse de algunos díscolos que se pensaban a distancia del Estado. Antes que a 5Ø1 kilómetros del palacio, la calle armaba su rostro de insurrección generalizada.

  2. 2001 hizo saltar por los aires la (poca) imaginación estatal, encontró que era preciso hacerse de imágenes de un pensamiento que no sirviese a nadie. Hizo sabotaje a los tiempos que corren, y en esa interrupción supo divertirse. Fue aquél nuestro corto verano de la autonomía, mas las brasas ardientes aún persisten, imágenes mudas incrustadas en nosotras, siempre ahí, en el mismo alboroto. Hoy 2001 es embestido por una máquina febril de embutir fiambres.

  3. 2001 destituyó la tristeza de gobierno, instituyó alegremente su comuna delirante. La máquina de embutir fiambres quisiera engullírselo enterito, mas 2001 es excesivo, indigesta. Ofuscada, se apresta a inventar trampas infalibles para capturar su ingobernable presencia. 2001, su promiscua ebriedad, nos ha alterado. Incluso la forma-Estado se ha imaginado una apariencia a su medida.

  4. 2001 es intermitente. Si su experiencia de la vaguedad ha tenido lugar en el mientras tanto de su duración, es cierto que no ha sabido perforar la planicie anónima del equivaler generalizado. Durar, no ha durado, se apresuran a decir los que suponen que todo pensamiento trabaja para alguien.  

  5. Los arcanos de 2001 se desarman al ser aplanados por los flujos veloces. El espacio saturado por la circulación de mercancías-vedettes es inhabitable. La movilización generalizada es un ritual que repone unos órdenes: la calle de las ciudades autistas nos priva del encuentro, es amenaza que dispone lo común.




de la amenaza generalizada

  6. Este sistema que el trabajo organiza es el sitio en que encontramos lugar. Esta evidencia sensible en que nos inquietamos apuntala modos de vida, unos modos localizados en que las relaciones se organizan. Decimos pobreza de mundo no para remitirnos hacia su afuera, como si de una amenaza generalizada se tratase, amenaza que se cierne sobre todos aquellos que resultan perdedores en este juego de las sillas, juego que expone al abismo de lo inhumano, si es cierto que la medida de lo humano es el trabajo. Es sabido, humano es aquello que es ensamblado como tal: una existencia limitada a la utilidad. Hay que desactivar las emociones de desorden, ponerlas en caja. Si es cierto que el gobierno toma a su cargo lo viviente, ¿cómo se organizan los afectos?, ¿qué pasiones se arman?, ¿de quién es siervo este deseo amarrado?

  7. El sistema de relaciones individuantes se despliega por sus fronteras, en los límites todo se pasea, rompiendo la costra de las habladurías. Hay que atender a las categorías que son expulsadas del orden –vueltas inhumanas presencias, espectros de lo que amenaza, criaturas inquietantes-, puesto que en este poner en banda, servir en bandeja, se encuentra implícito un orden sensible que conjura el exceso de la potencia, de las singularidades que se divierten en lo oscurito, más allá del orden paranoico de la mirada. En los márgenes reside un cúmulo de energías potenciales que el capital sabe su reserva, siendo así que está pronto a enlazarlo, valorizarlo. La metrópolis es esta máquina de captura, como así dispositivo de gobierno de la excedencia.

  8. Esa imagen desprendida de un fondo monta un control de la apariencia. La exposición de un rostro se transforma en valor. Es en la planicie de las imágenes, el campo de la percepción, que se libra la contienda espectacular. Así, lo que vemos habitualmente nos gobierna, trasuntando un orden sensible. En el estado de excepción generalizado, en el abandono de la ley -pura forma que no prescribe nada, que sirve en bandeja-, resta experimentar, sustraerse.

  9. ¿Qué es desocupar lo humano? Allí donde se armen cuerpos humanos, allí se organiza el valor, domina la utilidad, todo tiene un orden, está amarrado a su función. El valor se torna así la medida de todas las cosas –y se trata de una relación entre cosas-, lo que no entra en caja es expulsado, eliminado. Es la ley del valor la violencia que emerge cuando la forma-Estado se desprende de su ropaje bienestarista. La ciudadanía deviene así economía, gobierno de los cuerpos. Toda existencia que no encuentra valor está allí para ser eliminada.


miércoles, 10 de agosto de 2011

Estaba entre dos títulos, pero preferí elegir ninguno






Sobre Fito Paez en “La mitad”, artículo catalogado como Contratapa, en la última hoja del diario, al final, la conclusión que Página 12 (la del medio) le permitió a un extraño, un outsider de la política. Une otre muy llamativo para toda una Opinión. 

Y podríamos no saber a qué mitad alude el título, tal vez a una mitad ontológica, así empezaríamos con una falta, y nos faltaría bastante, tanto como otra mitad. La primer mitad no es sin la otra[1].

Una mitad, implica que van a haber dos partes, salvo que nos vengan con que es una mitad y dos cuartos, es otra vez el maniqueísta, reduccionista binomio: nene / nena, malo / buena, azul / rosa, mitad / mitad (?).

Difícil enojarse con La Mitad. Más complicado aún es asquearse con una ciudad, más imposible si la comprendemos como calles, edificios, cloacas, baldosas; más viable es “enfrentarse”[2] ante las construcciones imaginarias que la atraviesan, ante ese ser barrio, ante una manera de ser que según Fito parece dar vergüenza mostrarla, a la que a veces se le va el misterio, y se muestra tal cual es, como si finalmente fuera de alguna manera.

Pero al ser no le queda más que aparentar. El lenguaje que nos atraviesa, cual piel, sirve también para mostrarnos, y tiene mucho de misterio, ya que sólo así se nos presenta el ser. El asunto está en creer que se descubre a esta mitad, la necesidad de señalarles “la falta” (¿la Otra mitad?), de avisarles que se les cayó la careta, difamarlos, que se les fue el misterio, y que detrás de la cortina de humo Fito sostiene que se puede no ser, peor, que se puede querer no ser, y esta apariencia que inventa, le repugna.  Nos late la pregunta de quién es / quiénes son esxs todxs, cada mitad.

Fito, asume que en las últimas elecciones porteñas lo que se festeja son pequeñas conveniencias[3] ¡Como si tener el bolsillo lleno no fuera una gran conveniencia! Puede que tras años de opulencia, el autor (por derecho, y de derecho) se haya olvidado de lo importante que es tener resuelto “el tema del bolsillo”.

Si nos lo permiten, inventaríamos fantasmas más amigables, para no sentirnos acosadxs por tontos que no saben lo que quieren (aun sea para todxs imposible acercarnos de lleno a nuestro deseo), que son estafados (ninguna mitad queda fuera del “engaño”, ante la metáfora que es el lenguaje), como si no supieran a quiénes votan (como si votar fuera un acto de alta incidencia política, como si se pudiera acceder, llegar, a la persona con más visibilidad de esta burocratizada configuración verticalista).

Que careta es juzgar que unxs Otrxs quieran seguridad, que busquen repetir sus experiencias gratas, cuando esto es parte de las finalidades compartidas por todxs, en esto podríamos encontrarnos todas las mitades. Si llegáramos a considerar a esta mitad no tan falta como la describe, y que le asquea, este estereotipo que supo comprar, pero no devolver, estaría la opción de al menos intentar correr el plano de la discusión, a superar ciertas comodidades a fin de dar lugar a nuevos espacios y no cerrar lxs de les otres. Superar este mito fantasma de la mitad (más unx (?)), condensado en haber votado a  meneM por segunda vez.

Nunca se pone en cuestionamiento que el plano que se discute es el de la popularidad, ya sabríamos de antemano quien va a ganar: la/el más popular. Así, esto sería mensurable mediante encuestas, y esto es lo que proponemos superar, discutir, destruir, y que lo político pueda ocurrir por otros cauces, que la/el Otrx no sea una amenaza falta de cordura, permitir contemplarnos en las diferencias que nos acercan.

La existencia de esta mitad incompleta, inacabada (ambas lo están) se muestra mediante un discurso “más errático”, confuso, misterioso que el de la otra mitad. Entonces esta representación da idea de una mitad confusa (misteriosa), poco clara, lógica de la cual el narrador Fito se excluye, y se muestra desde otra mitad (seguro que buena). Se presenta la idea de que la política de la mitad “mala” habita en los lugares de encuentro pasajeros / pasatistas, como el taxi y el café.

El café, un espacio con posibilidad de horizontalidad, popular, no puede ser donde ocurre la política para Fito, tal vez le deje el espacio exclusivamente a las encuestas y elecciones.  El café fue espacio de discusión literaria, del necesario debate entre pares, básico para un ejercicio pleno de lo político; mientras que el taxi no lo fue tanto, ya que suele ser un viaje corto, mediado por el dinero, soporta una escucha radial, y es mucho más moderno, tanto como porteño.

Aparece de manera mucho más tangible un enemigo: ese taxista, que claro, es el que va a esos café, y le molesta el asunto de los derechos humanos (porque tal vez este enemigo ni siquiera es humano, está por fuera de estos “derechos”)[4].

En el medio de la exposición hace referencia (contradictoria) a un espacio político más extraño aún: el “tuiteo”, que uno lee pero que “no le interesan a nadie” (?).

Al final del artículo lo misterioso, lo oscuro, ¿el humo? es celeste, y las oraciones ya carecen de comas, sube el ritmo, la temperatura, y nos muestran que nadie más revisó el artículo[5].

Las palabras nos llevan por las calles, y la ciudad empieza a ser también la calle, en cuanto sea atravesada por este cuerpo que (se) envuelve de misterio. A pesar de todas estas palabras, Fito nos dice que ya no quiere “eufemismos”[6].

Por último, según Paez,  la gran masa de votantes lleva una máscara de incógnitas siniestras, habla sobre fuerzas ocultas (?) del país,  que representan lo peor, el dolor, la ignorancia, la hipocresía, de ideas para pocos (¿sólo las de una mitad?), de gente egoísta que se piensa mejor que el resto, entonces superior a la otra mitad, que puede posicionarse sobre el/la Otrx y avisarle cuando asquea. Suena mucho a lo que Fito termina haciendo con su artículo, ya no sabemos de que lado estaría.




Sobre Alejandro Rozitchner en “Ganó la rebeldía de los que quieren un mundo real”, artículo catalogado como Opinión y “Fito, no entiendo”, artículo catalogado como Especial para lanacion.com.

Es imposible que votar sea un acto de rebeldía, con él no nos sublevamos ante nada. El voto acepta las condiciones previas que lo sostienen, no posibilita el cuestionamiento del discurso que lo habilita, el voto es un acto de confirmación a un sometimiento. Peor millones de personas tolerando la perversa lejanía de la ironía representada en aquellos papeles con otros nombres, papeles que fueron embestidos de validez mientras unx haya dejado antes un nombre y un número de documento “propios”, para recién así “poder” “elegir” entre esos otros pocos nombres que sí van a contar (y con tanta celosía).

El resto de los nombres no (los) cuentan, no son ¿Pero quiénes les eligen? ¿Quiénes les legitiman? ¿Quiénes les nombran? ¿Acaso no se nos toca en lo más íntimo de nuestro ser cuando pronuncian nuestro/s nombre/s?

El orden de lo Real es inaccesible, y rebelarse ante esto lo sería también ante lo que instituye la palabra, a lo inacabado de esta, lo que nos permite no más que sentir que nos comprendemos y comunicacmos

El mundo no puede ser salvo que real, y si es la tierra, que ésta existe, no le queda más que ser real.

Más comprometedor sería asumir que hay un solo mundo real, el mundo como configuración de verdades, muchas, colectivas, complejas, que conviven entre sí, coexisten, pero si un sector se subleva porque quiere que el mundo real sea uno, podemos asumir que va a ser el suyo, el de nadie más. Sería una imposición absolutista y negadora, y el proyecto se escapa a un par de votos.

La reelección sería “elegir a los de siempre”[7], la figura de outsider político se le va agotando a Macri, al Pro, al macrismo (si existe tal cosa), y también van siendo “los de siempre”. Ninguno de los postulantes son renovación, desde sus puestos políticos gubernamentales no pueden salvo que ser reelegidos.

Si existiera “la gente normal”, no podríamos ignorar que hay normas de cómo ser y que moldean  nuestra perspectiva del ser humano, pero si sólo esto nos configurara, si sólo esto fuéramos, seríamos seres unívocos que sólo intercambiamos paquetes de información vacíos, y sólo diríamos código, y esa gente inexistente sería la que ganó las elecciones según Rozitchner.

Hay un principio muy complejo (no por lo difícil, sino por su conformación) en la democracia, que tendría que ver con la construcción colectiva, y suponer un bien común (que pobre, sería asumir sólo uno (?)) a esta comunidad, y con esto hay poco de querer ganarle al otro, menos de creer que no pueda valerse de sí mismo para saciar sus necesidades más básicas, irrisorio que deba delegar sus decisiones más determinantes. Necesitamos de lxs unxs y lxs otrxs, y por esto no vamos a anularnos, degollarnos para ser les portadores de la unica verdad, del mundo real: si (te) gané, entonces alguien (se) perdió.

Si ganó la gente inexistente, normal, de las encuestas, de lxs entrevistadxs a los gritos con preguntas que dan por sentada la respuesta, perdió el ser humano atravesado por el inconsciente, por el lenguaje: las personas con las que hablás.

Más grave resulta aún sostener que ese robot no humano, normalizado, no es entendido en la política[8] ¡Pobre! ¿Para qué participar de algo en lo que no me van a entender? Ah, quizás quisiste decir que “no es entendido”, que “no entiende de”, y mirá, no te creas, la política que viene a mediar el poder que genera necesariamente desigualdad puede que ni exista en estos no seres, estos autómatas, ya que son la Norma media ¿No someten al otro porque son tan normales que se equilibran? ¿Por lo tanto en las elecciones también se juega qué tipo de humano “gobierna”? ¿Quiénes somos (más) humanos?

La gente que no es normal, bien podría ser anormal, ¿Quedaría por fuera de la lógica de los electos? ¿Por fuera de la política?

Negar que todo es atravesado por lo político y que todo puede ser tratado en términos políticos, es de una perversión escalofriante, una demostración de un claro interés por sostener cualquier relación de desigualdad inclinada al status quo del capitalismo de turno[9].

Nefasto sostener que es ingenuo que el mismo Estado que escribe, aprueba, desaprueba, reprime por, y que mata mediante ni cumpla la Ley[10] (que no termina en el papelito escrito que nos mantiene lejos del estado natural), no vele por ésta. En el artículo citado, la política es en lo estatal, si algunos no políticos ganaron, es porque votaron por alguno que va a estar sentado en alguna silla con algún título, alguna jerarquía en el Estado, este ser no político elige a otro tampoco político para que esté en la política...  es perverso pensar que no se va a cumplir la ley en minúscula, porque la mayúscula supera la parte escrita del Estado, y bien que necesita de esta, esa es la parte ingenua, pensar que el Estado no va a cumplir la Ley, cuando la es.

Para la lógica Pro, ya no hay enemigo porque lo está negando, ya que no eligió a/la misme que yo, hincha para el otro equipo. Negarlo es la estrategia primera y más económica. Lo existencial no viene a negar al otro[11], cuestión necesaria para la consciencia de unx mismx. Lo que explica Rozitchner no es una postura existencial, es un aislarse de los cuerpos fragilizados, desarticulizados, menospreciados, marginalizados. El Pro parece haber estado cansándose de huir, ahora querrían perseguir (marcar las casas habitadas por alguna otredad), el pro puso play (?), avanzó, mutó: no hay que quejarse del otro, hay que dejarlo de lado, excluirlo, o ni siquiera existe, ni cuenta, sólo les nuestres son bienvenides.

De esta liquidación, negación del/de la otre como par, del cual ya no temer (antes debíamos temernos como iguales, ante el mercado libre, el modelo noeliberalista, en  los que todxs somos competencia, salvo que anulemos a algunxs como humanxs, que los ignoremos, que los excluyamos del mercado, de la sociedad no podemos estar seguros), viene el no confrontarse: la postura es positiva, como un nuevo movimiento new age, y el mantra es “somos todes iguales”, vayamos para adelante, ¡Mirá! Y el vecino ve, sólo mira, ya no participa; vio obras, y encima no se terminaron, ¿Qué nos detuvo? Perdón ¿Qué les detuvo?

Rozitchner trabaja con el Pro, es contratado para dar charlas, para escribir algunos artículos, el mismo se enorgullecía de haberles hecho leer Nietzsche, como si fuera una hazaña, mostrándose inteligente, nombrando al mostacho más lindo de los cuestionadores de la razón, tratando de culturizar a esa masa inerte que lidera autómatas, que le son menos que él, que sí puede explicarles, para eso le contrataron. Además alejándose de una falsa intelectualidad, se enfrenta al campo intelectual que Clarín señala como K (¿de capital?), mostrando su propia intelectualidad como legítima, lo dicen las facturas emitidas al Pro[12].

“Ni Mauricio ni Pro esconden una maquinación, como cree el prejuicio, ni una especulación secreta, son ganas de vivir, de más, de pasarla bien y de estar juntos. Todos, cada uno con los que más quiera.”

De nuevo negando el inconsciente. Cuando la especulación a voz baja es la base del negocio financiero, nadie iría gritando sus próximos movimientos en el mercado para generar un asalto a su mercado. La política, no se trata de pasarla bien, y más que estar juntos, se trata de convivir, de comunidad, de reconocernos en las diferencias.

Vivir no pasa por las ganas, menos por simplemente pasarla bien: estar juntos es inevitable, nos necesitamos. La problemática política no viene por ahí, en el 2001 estuvimos con más ganas de vivir y pasarla bien que nunca.


Notas:

[1] Nótese que aún nos excluimos de ambas mitades ontológicas, y por aún, aclaremos que por siempre. También vale aclarar que no comprendemos que haya un orden, sólo se hace referencia a la primera por el orden de aparición en el texto aludido, el de Fito.
[2] Estar frente, encontradxs lo estamos todxs aquellxs que su raciocinio le permita comprenderse envuelto por lo simbólico y otrxs.
[3] “...la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias.”
[4] Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, (...) sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos, casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día tuiteando estupideces que no le interesan a nadie.
[5] “Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos “
[6] La Nación nos muestra un Fito contundente: “No quiero eufemismos”.
[7] “Ganaron los que no quieren regalarle la política a los de siempre”
[8] “Ganó la gente normal, los no entendidos en política”
[9] “La exageración política, es decir, creer que todo es política y todo debe ser tratado en términos políticos, es más una patología que una postura ideológica.”
[10] “Ganó la gente normal (…) los ingenuos que creen que la política tiene que cumplir con la ley y dar servicio a los ciudadanos”
[11] “Es una posición vital capaz de superar la pelea constante, la desgastante creencia en un enemigo omnipresente que se interpone en el camino del crecimiento. Es una postura existencial que puede hacerse cargo de sus propias limitaciones y trabajar así para superarlas. Sin culpar, sin victimizarse, sin pelearse con todos ni creer que es mejor aislarse porque el otro siempre te quiere arruinar.”
[12] La verdad pudo más que los inventos; el entusiasmo, más que la falsa inteligencia; los proyectos, más que el resentimiento neurótico y la obsesión con el pasado, con un pasado que se altera para hacer caber en un planteo infantil.


jueves, 21 de julio de 2011

El barrio que quería ser cosmos (hasta que se topó con el cinturón gendarme)

 




Érase un barrio creciendo entre otros barrios de la ciudad de Buenos Aires. Favorecido por su ubicación geográfica y la convivencia fraternal, sincera y leal de sus vecinos, el barrio fue desarrollándose a lo alto y a lo ancho como un verdadero territorio vivo. Su olvidadiza memoria nos cuenta que allí vivió quien fuera el primer líder peronista de la historia. Amado por algunos, odiado por muchos, su sobrino nos relata que, a diferencia de lo que los detractores del bárbaro caudillo pretendían, el barrio de Palermo no era foco social inmundo alguno, sino todo lo contrario.

Las primeras noticias que se tuvieron sobre la mutación in extenso del territorio, aquellas que sólo los verdaderos palermitanos nos saben narrar, refieren a la apropiación de ciertos modos de vida particulares de sus oriundos habitantes. Modos particulares de caminar –meneando las caderas y estirando el cogote-, de vestir –saco de lana abotonado y boina francesa a la cabeza-, de decir –¿todo ok?, muy cool, divino, nah, =) -. Con ellas, los palermitanos fueron ganándose una identidad claramente definida a fuerza de hacerse un cuerpo de barrio, muy distinto a lo que entendían era un cuerpo de barro –qué grassa man-. Así, como alguna vez lo fuera la calle Florida, poco a poco Palermo fue convirtiéndose en un estado de ánimo: despreocupado, desinhibido, excéntrico, gozoso. 

Sin embargo, al igual que la cocina de autor que puede degustarse en sus modernas cantinas, una única identidad no dejaba de tener gusto a poco. Tal fue el motivo por el que Palermo comenzó a diferenciarse de sí mismo trazando delimitaciones dentro de su propio territorio. Primero fue Palermo Viejo y Palermo Chico. Luego Las Cañitas, Palermo Hollywood y Palermo Soho.  A ellas le siguieron Palermo Vivo, en referencia a la zona de mayores espacios verdes de la ciudad, y Palermo Boulevard, delimitado apenas por el enfrentamiento en paralelo de dos veredas  separadas –como no podría ser de otra manera- por una única arteria: la avenida Juan B. Justo. Pero el estilo de vida palermitano comprendía inseparablemente en un mismo todo a su propia extensión. Lejos de debilitarse con su subdivisión, poniendo en funcionamiento la operación dialéctica de la unidad en la diferencia, el barrio de Palermo fue haciéndose más y más fuerte. Y a crecer ingobernablemente.

Tal como alguna vez dijera Sartorio en ocasión del levantamiento español contra los romanos –Roma no está en Roma, ella está por entera donde yo estoy-, o Máximo en el levantamiento boedense contra los caballitenses –Boedo queda donde estemos nosotros-, los palermitanos, llevando el barrio a cuestas, comenzaron a extender sus fronteras más allá de sus nada estrechos límites oficiales –recordemos que Palermo era de por sí el más grande de los noventa y nueve barrios porteños restantes-. Los vecinos de los barrios lindantes lo veían aproximarse, primero con cierta emoción y ansiedad por pertenecer ellos también a la vanguardia palermitana. Pero luego comenzaron las preocupaciones por lo que imaginaban una suerte de invasión barrial. Los más viejos fueron los primeros en alarmarse y anunciar nostálgicos los trastornos que la palermización de sus modos de vida podía ocasionarles. La mudez de los comentarios futboleros en el café de la esquina. El desencuentro de los fortuitos encuentros a medio camino de la panadería. La ausencia de la venta ambulante de medias y bombachas. El repliegue del chancleteo de la doña los domingos por la mañana. La dilución de los Maruca te amo firma Yo con aerosol sobre el paredón. La desbandada de los pibes en banda referenciados por el pasaje que los resguarda. 

El primero en sucumbir fue Chacarita, re-bautizado post violación de sus confines con el nombre de Chacalermo –o, como algunos le llamaban haciendo alusión a sus hábitos sepulcrales: Palermo Death. Luego llegó el turno de Villa Crespo, refundado como Palermo Queens, nombre tanto más grato al intento concentracionario de nominarlo Palermo Auschwitz. Pero el avance no cesaría allí. A medida que Palermo crecía iba ganando, proporcionalmente, mayor unidad y potencia. Se trataba de una verdadera máquina bárbara de desterritorialización porteña por sobrecodificación palermitana. 

El monstruo inclemente extendió sus tentáculos hacia el Oeste y capturó las tierras de lo que él mismo llamó Palermo Ico, Palermo Flowers y Palermo Mu. Encrespados por el avasallamiento sin miramientos, los vecinos de este último, antiguamente conocido como Mataderos, se auto-convocaron una noche en asamblea vecinal en el Parque Avellaneda para planear de manera mancomunada la resistencia contra el avance palermitano. Mientras tanto, sus niños –quienes habían quedado durmiendo en casa- fueron gustosamente convertidos al barrio invasor a cambio de juguetes de diseño y golosinas de autor. 

Palermo continuó luego creciendo en dirección norte, donde no sería respetuoso siquiera del cruce de la General Paz y pasaría impune a ocupar las tierras del conurbano. Viéndolo venir de manera irrefrenable, los vecinos de Vicente López –quienes aseguraban tener su propio estado de ánimo- se congregaron espantados frente a la intendencia y reclamaron a las autoridades vecinales una inmediata respuesta. La policía que custodiaba el edificio permitió que una comitiva de tres delegados subiera a entrevistarse con el Intendente. En su despacho, éste los aguardaba tembloroso y cabizbajo. Sin emitir palabra, entregó a los vecinos un sobre lacrado en un cuyo remitente se leía Barrio de Palermo, Ciudad de Buenos Aires, República Argentina, Continente Americano, Planeta Tierra, Cosmos –en alusión no tanto a la puntillosa localización como a los propósitos despiadados de crecimiento planificado. Fue también enviado con copia oculta al Gobernador de la Provincia y a la Presidenta de la Nación, balbuceó el secretario personal del jefe de Estado local.

Y finalmente llegó el turno del sur de la ciudad, donde el crepitante barrio se anexionó los territorios que él mismo daría en llamar Palermo Telmo, Palermo Roca y Palermo Mouth. Según figuraba en sus planes, desde los umbrales del segundo de ellos Palermo proyectaba lanzarse por vía ferroviaria a la conquista del desierto. Y así lo hubiera hecho de no haber sido por la intromisión en su camino del cinturón gendarme. Una cincha verde oliva se imponía a la intrepidez de su extensión y le impedía continuar su excelso crecimiento. Especialistas en la custodia de fronteras, los obedientes efectivos desplegados en fila india cumplían órdenes de no dejar que nada ni nadie cruce hacia un lado o el otro de los términos por ellos mismos trazados. Así como alguna vez lo hicieran con las líneas de los ferrocarriles –líneas de intrusión del afuera en el adentro-, los gendarmes demarcaban, de manera clara y precisa como la letra de la ley, lo propio de lo impropio, lo digno de lo indigno. 

En una primera instancia, los palermitanos se sintieron violentados ante la irreverencia de un cuerpo ajeno y contrario a su libertad de crecimiento. ¿Quiénes se creían aquellos para ordenarles hasta dónde debían crecer? Luego comprendieron. Empecinados por el alcance de la novísima forma impuesta por la moda, habían olvidado haber sido ellos mismos quienes mandaron a hacerse a medida aquel cinto tan à l´avant-garde en las pasarelas más destacadas de la estética securitaria. Garantía de pureza, mantenía a raya debajo de su cintura los movimientos espásticos de los anómalos del desierto. Los beduinos. Los  outsiders. Lejos de figurarse un corazón latente, el cuerpo-Palermo conformaba una cabeza ataviada con un pickelhaube y un torso cubierto por un sobretodo ornamentado con insignias en mangas y charreteras. Largo hasta las rodillas, el atuendo había sido especialmente confeccionado para ocultar la desnudez de las piernas. Así, mientras Palermo se regocijaba de su forma conquistada, debajo del cinturón gendarme los anómalos se movían al ritmo vertiginoso de la falta absoluta de vergüenza. Desnudos bailaban, corrían, saltaban, se alborotaban, vivían.



Nota: Sesenta y siete años antes de aparecido este escrito, el mismo será plagiado por aquel cuyos padres darán en llamar Macedonio Fernández. Bien digo será plagiado puesto que, como el mismo Macedonio dirá en otro de sus debidamente elogiados textos –y aquí sí lo cito por el solo motivo de que no podría tolerar ser acusado dos veces seguidas de plagiador de un mismo autor-, por aquello de que en alta metafísica el tiempo no tiene pasado ni futuro, no es el segundo inventor sino el primero quien comete el plagio. Por otra parte, si fuera obligación de escritor citar cada escrito por él utilizado para la confección del suyo propio, éste texto, tanto como cualquier otro, no sería más que una larguísima serie de citas de escritos ajenos, y así hasta llegar a la palabra primigenia: mamá. Larguísima serie de escritos escritos así como más larga aún de escritos orales, puesto que no todo escrito se escribe, también hay los que se dicen, así como –conformando la amplia mayoría dentro del universo de los escritos- los que no sin esfuerzo con suerte se piensan: escritos humildes y desinteresados que no exigen cita de autoría.

Asimismo, otra de las razones por las cuales no cabe duda de ser este escrito el plagiado y no el plagiador, es el hecho harto evidente de que resulta mucho más verosímil la existencia de un barrio con ínfulas cósmicas que la de un zapallo con idénticas pretensiones. Un barrio es el espacio compuesto por relaciones de cercanía, sean estas geográficas, tectónicas, temporales, a-históricas o afectivas. Espacio cuya trama se teje de a pie y cuya jerga conforma lenguaje oficial. El cosmos, por su parte, tal como alguna vez dijo, dirá y dice en simultáneo en este y a cada instante el encerrado, es el espacio infinito y eterno que todo lo contiene o, si se quiere, que todo lo es. Siendo infinito, no admite lejanía alguna en tanto toda distancia es milimétrica en relación a su infinitud. Y, aunque así lo fuera, por más alejado que un astro o domicilio de amigo se encuentre, se dispone siempre de toda una eternidad para llegar donde se quiera ir. 

Tales proposiciones nos permiten deducir que el cosmos es el barrio por antonomasia, barrio-rey o barrio de todos los barrios. Palermo, mientras crecía y se obstinaba en devenir cosmos, había olvidado ésta realidad fundamental. Y mientras sus vecinos se organizaban en mesas locales preocupados por la inseguridad, los vecinos anómalos de los noventa y nueve barrios cósmicos restantes ya lo habían hecho en mesas sosías preocupados por el aumento inusitado de los índices de obediencia en territorio palermitano.