viernes, 20 de marzo de 2009

Andar es no tener un lugar




Propiedades


Bajo la pretensión de univocidad propia de la ciudad-concepto, Michel de Certeau reconoce los rumores de una multiplicidad de operaciones, es decir, la imposibilidad de reducir la ciudad vivida a una representación desencarnada, sin trayectorias, sin cuerpos.


La ciudad como una propiedad, entonces, parte de postular una significación pura, más allá de toda habitabilidad por un cuerpo, es decir, exento de toda opacidad, siendo la experiencia del espacio “lo impensado mismo de una tecnología científica y política”[1].


Habitables


Sin embargo, más allá de un texto urbano originario, unívoco, habitar la ciudad es hacer algo con ella, reanudarla en un deambular que, al mismo momento, la funda; es decir, es producir el espacio desencarnado como espacio vivido, pletórico de significaciones y afectos, por tanto, ya no homogéneo y vacío, o lo que es lo mismo, desencantado.


En el encuentro con la ciudad, entonces, no hay el puro espacio, sino una apertura de un posible indeterminado que la intención de obrar –que es, a su vez, un significar- de un cuerpo propio inscribe. De esta manera, la ciudad habitada es siempre opaca, un magma de significaciones en permanente ebullición, por ende, entorno de apropiación afectiva.


Así, hacer experiencia de un espacio es mantener con él una relación de afectividad y ya no de dominio; como en el juego, que suspende todo ordenamiento en un instante pleno, así el andar actualiza un desvío, es decir, produce líneas de fuga en el saturado orden de lo unívoco, las cuales se inscriben en el espacio como marcas, referencias de lo propio.


Entonces, quizás se pueda decir que andar la ciudad es abrir espacios de libertad, hacerla habitable, inscribir en ella un mundo propio, entendiendo así las prácticas como capaces de invención; a su vez, en el reanudar la ciudad emerge la estrecha vinculación entre habitar y habito –es decir, las significaciones que portamos en torno a nosotros.


Desvíos


Si habitar es volver habitable, entonces el desvío ocupa la ciudad, permanentemente se inscribe en ella; sin embargo, como veremos, la reasimilación espectacular/mercantil se revela su reverso, anulando las referencias locales, despojándolas de toda peligrosidad.


Según Christian Ferrer, los espacios de transgresión “no aparecieron como un injerto del infierno sino como un brote moral, consecuencia de intensas y oscuras necesidades”[2], por tanto como emergencia del gasto improductivo en el plan maestro de la ciudad.


Así, la pretensión ascética de un naciente capitalismo industrial no se producía sin resto, y la ciudad ordenada, transparente, daba paso, en los intersticios, a las opacidades de la ciudad prostibular, a la vez marcada por lo desmesurado, el oprobio y la tolerancia.


Capturas


Por un lado, entonces, la imposibilidad de negar el cuerpo propio, la inscripción de lo afectivo, corporal, libidinoso en el cuerpo de la ciudad, por el otro, la pretensión desencarnada de un dominio sobre éste, reduciéndolo a mera máquina obediente.


Así, el reverso del orden paranoico/policial de la mirada se revelaba un orden colador, mucho más oneroso cuanto que excesivo en sus mecanismos de vigilancia; por ende, antes que desterrar comportamientos considerados desviados, los asumiría como objeto de su administración, sabiéndose, a su vez, una tarea siempre inconclusa, desbordada.


Se trataría, entonces, de tránsitos entre ambas, de contemplaciones antes que rupturas, es decir, no de reprimir la ilegalidad sino de “establecer una frontera móvil entre la ley y su transgresión, con el fin de dominar sus desplazamientos”[3], además de valorizarlos.


Lo propio de este ordenamiento de los placeres no sería ya, no podría ser la amputación sino la recodificación. Así, la captura se revela cifra de un poder tanto más productivo cuanto que se muestra como anónimo, impersonal, bajo el signo del equivalente general, es decir, la forma-mercancía, incluso si la encarna en modos aberrantes como la trata.


Resistencias


Y sin embargo, molecularmente, las resistencias, que no son meras reacciones sino creaciones, experimentaciones en torno al cuerpo social normalizado, trazan silenciosos ardides, puntos de fuga al margen de todo ordenamiento urbanístico y/o captura.


Así, el incesante reanudar las prácticas microbianas, los sabotajes imposibles de manejar por el poder espectacular-mercantil, deja entrever la potencia autónoma del trabajo vivo. Sin embargo, contra toda ingenuidad, el deseo de código reintroduce más eficaces mecanismos de control. El orden reina, la normalización modela los cuerpos.


Andar es no tener un lugar.



[1] Michel de Certeau, Andar en la ciudad.

[2] Christian Ferrer, Orden en el prostíbulo!

[3] Christian Ferrer, Ibídem


4 comentarios:

  1. Excelente artículo. Agradezco la invitación a este blog, estas voces son siempre un incentivo a seguir pensando y cuestionando tanto conformismo y disciplina. Nos vemos el algún recoveco de la ciudad subvirtiendo el orden y desobedeciendo las normas. Besos
    M

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  2. También me gustó mucho el texto y el blog. Espero poder abrevar con más detenimiento y zambullirme en más textos y autores que están proponiendo y que desconozco totalmente. Sobre este texto en particular sólo me deja un regusto amargo el último párrafo. Es obligado poner "sin embargo, contra toda ingenuidad..."? Pareciera como si fuera una marca estética impuesta por la hegemonía posmo. Generar utopías que guíen la acción no es ser ingenua sino crear horizontes posibles.

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  3. Olvidé decir que soy AA, otra desobediente y feliz.

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  4. buenas,

    el "contra toda ingenuidad" me recuerda, algo provocativamente, de seguro, al "contra toda autoridad"; y hay autoridad también en ciertas supuestas certezas -especie de retorno de lo reprimido-, esas q muchas veces creemos portar, siempre ya, ser propietarixs; creo q es un buen método para pensar en situación, sin las nostalgias de antaño -o su reverso, las seguridades a priori-, pero también sin ningún escepticismo; abrir posibles, vos lo dijiste

    toda estética es un ética, decía un tal lukács

    salud y alegría

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