Frente a la idea de objetividad como imparcialidad que instituye la ciencia, el texto de Donna Haraway vincula la objetividad con la parcialidad. La opción que ella propone es la de un conocimiento situado, ligado a las condiciones en que fue producido. El reconocimiento que éste hace de su propia particularidad le permite explicitar desde dónde es enunciado, sin que ello implique una renuncia a participar de lo verdadero.
Es la idea de verdad lo que se está repensando. Una ciencia que reconozca la muerte de dios tiene que renunciar a la voluntad de absoluto. Dios no importa, lo que se abandona es el amparo en un algo trascendente, que sostiene estas contingencias que somos y da sentido. Lxs que quedamos abandonadxs somos lxs abandónicxs. El conocimiento situado es hijo de esa muerte, basado en una concepción de verdad no como trascendencia sino como “encarnación particular”. Verdad como justicia con una determinada experiencia de mundo.
Esto supone una práctica enunciativa que no se limita a decir sino que debe decir y, a la vez, decirse a sí misma. Todo el estructuralismo recae críticamente sobre esta capacidad del sujeto de decirse. Como sabemos, uno no puede decir todo lo que es. Pero ningún discurso puede agotar todo el ser de alguien. Si lo pensamos como proceso y no como cosa, el ser es por excelencia lo que no puede ser dicho. Lo que es esta siendo y, por ende, toda fijación en el discurso va a ser incompleta.
frente a lo queestásiendo
la palabra es pobre e inútil
como un cacharrito viejo
por el que se filtra el agua
El problema del estructuralismo es, una vez más, suponer que la totalidad se puede reponer. Si nos deshacemos de la ilusión de absoluto, el hecho de que el sujeto enunciador no pueda acceder a la totalidad de la situación de enunciación no invalidaría el ejercicio de localización (“soy feminista, norteamericana, negra”, era el ejemplo que ponía M., “soy estudiante de Sociales, posmoderna, confundida…”, etc).
Creo que el mayor problema con la propuesta de conocimiento situado está en otro lado. Hasta acá pareciera que “situar” un conocimiento es simplemente cuestión de enunciar las condiciones desde las que se lo produce, como si se tratara de condiciones “objetivas”, en el sentido de la ciencia tradicional: condiciones que son tales para cualquiera que las mire. Esa sería una contradicción insalvable para este pensamiento.
La cuestión esta en la relación entre ser y lenguaje, porque no hay un ser que fluya por fuera de esa palabracacharritoporelquesefiltraelagua. No hay naturaleza extrasemiótica a la que remitirse. Pero, si no hay grado cero de la subjetividad y estamos constituidxs por el lenguaje, entonces ¿por qué no puede haber significante que exprese lo que somos? Quizás sea porque no hay esa relación de exterioridad entre ser y sentido. El sentido tiene tan poca fijeza como el ser, es proceso continuo, magma.
Pero hay lo fijo, el código, lo conjuntista identitario creo que lo llama Castoriadis. Y pienso que eso es producto de procesos de fetichización, de formas reificadoras de habitar el sentido que nos damos las sociedades. No sé, a este punto necesito mucha ayuda.
Volviendo al cauce, esa misma mirada con que se ve al sujeto, despojada de certezas trascendentales, se aplica también al mundo. Si las condiciones en que producimos conocimiento son aparatos semióticos, si no hay nada en ellas de universal, eso colocaría al sujeto del decir en una cadena hermenéutica infinita, por la cual debería no sólo definir cuáles son las condiciones desde la que produce su discurso, sino también cuáles son las condiciones desde las que define las condiciones desde las que produce su discurso como las define y, luego, cuáles son las condiciones desde las que define las condiciones a partir de las cuales define las condiciones desde las que produce su discurso…
No sé si lo interesante sea buscar la salida al embudo interpretativo. La cuestión es dónde se detiene la exigencia de “situación” del conocimiento que se produce. Y me parece que lo que se pierde en la resignación de la infinitud se puede apropiar en la riqueza de la contingencia. Porque, de hecho, esa idea del enunciador en la penosa persecución del más allá de su decir se basa en una concepción abstracta del discurso, como unidad separada, delimitada.
Pero ese más allá esta también en él. Si el sujeto significa el mundo es en y sólo a partir del tejido semiótico que habita. Situar el saber que producimos implica, entonces, desentrañar los significantes que constituyen nuestra propia práctica, los discursos que somos, siempre muchos, siempre incompletos, siempre siendo otros.
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