viernes, 5 de marzo de 2010

¿Dios ha muerto? Las preguntitas.





¿Dios ha muerto?
Las preguntitas.


El suceso es de (no tan) público conocimiento: cátedras que se desdoblan pero no se rompen en la carrera de Cs. de la Comunicación, UBA. La cosa común resuelta en privado, la privatización de lo común. Luego, una premisa: lo acontecido en la junta de carrera del 2 de marzo es un escándalo, consigna un profesor disidente. Escándalo, protesta un consejero del claustro de graduados, que es, asimismo, profesor de la carrera, es una palabra cristiana. Buscamos en Google –sepan disculpar la postmoderna irreverencia- y, efectivamente, así es. El escándalo del cristianismo, según René Girard, refiere a un escollo en el camino, aquél donde nos tropezamos con la violencia llamada mimética, simétrica rivalidad en la cual no hay diferencia alguna que ordene la comunidad, no hay orden, o, mejor, donde somos indistintos. En el origen, entonces, está el escándalo, el sacrificio. Aquél que muere en la cruz, según refiere el mito, de nada es culpable, empero, se dona para poner fin a la violencia desatada: he ahí el escándalo. Es claro que Nexo quiere presentarse a sí mismo como un chivo expiatorio, una víctima por la cual una comunidad expulsa un mal que la desanuda, transfiriendo su mancha en un tercero. Mas, ¿qué cosa se ha sacrificado en Sociales? Como en la mítica imagen de Cristo en la cruz, acontecimiento fundante de un orden, cual una hipótesis que va debajo, hay una violencia anterior a ella que la apuntala. ¿Dónde reside ésta?

Más allá de las disidencias que emergen sobre un fondo de mecanismos de gobierno que son un territorio común del que se es habitué, los cuales –dicen-, podrían ser mejores, más eficientes, el orden reina en Sociales. Cada cuál observa su lugar, no hay tumulto de la indiferencia, no hay confusión alguna. Por una vez la junta de carrera, producto de la inquietud del sector disidente, se puebla de voces no autorizadas, se asemeja a las multitudinarias formas de una asamblea. Se discute. Alguien insiste en poner orden, “esto no es una asamblea”, dice. Para este argumento que se comparte no hay nada en común, ergo, no se respeta la palabra del otro como la de un igual. Se trata así del gobierno de los propietarios. Ésta distinción, pues, se sostendría en el saber. La violencia fundante, diremos, guarda múltiples similitudes con la del terruño, la acumulación originaria, el despojo, la expulsión. Pero, ¿cuáles son los cadáveres que la academia tiene para sí? Los cadáveres no son otros que los saberes comunes que reduce al silencio, minoriza, descalifica y/o explota, serializándolos como productos al uso del consumidor. Las tierras comunales del intelecto y su despojo del común, que es así privado de su palabra, de sus saberes, entonces, están en el origen, son la violencia originaria que la máquina pone en acto cada vez, ella resume así un modo de expresión de esta expropiación fundante. Es decir, una expropiación que pone debajo un fondo, que presupone a sí misma. Ella dirá: es natural como las cosas mismas que así sea.

¿Dónde está lo religioso del asunto? En la trascendencia que emerge en el ritual que repone el orden de lo sagrado, de lo siempre ya separado: el saber se recluye entre sus paredes, aunque éstas se caigan a pedazos, y funda soberanía, custodia y decide quién accede y quién no, distingue, marca los cuerpos, valoriza saberes. Desplegamos la potencia para, luego, religar aquél orden de la diferencia. Lo religioso está en el origen, en la violencia del despojo que actualizamos en el rito. En la votación del final de la junta, cinco horas de discusión para ello, reponemos el doble cuerpo profesoral, la marca de fábrica se nos hace presencia: el cuerpo de un tercero, la institución. Comulgamos en una práctica ritual que repone, consagra sus partes. Hasta los más díscolos parecieran postrarse ante su presencia. La institución se reanuda en la obediencia: hay profesores y estudiantes, entre ellos un hiato imposible de sortear se torna evidencia; es lo propio, sabemos que es así, no más cavilaciones inútiles. Hay evidencia, hay derecho de herencia, luego, hacemos bien en volver a nuestros asuntos. Releemos la diferencia, la jerarquía. No tienen nada que temer, la institución resulta incólume, no hay mancha alguna en ella, nos llamamos a silencio, nos persignamos. Persiste, secularizada, la existencia de Dios. Entonces, ¿Dios ha muerto? Parafraseando al popular cantor: tal vez sí, tal vez no, pero es seguro que almuerza en la mesa del patrón.


Nota: este texto es de hechura individual. No ha sido discutido por No damos cátedra


1 comentario:

  1. "el saber se recluye entre sus paredes, aunque éstas se caigan a pedazos", excelentemente escrito, amigo.
    La referencia a la etimología de "escándalo" debiera utilizarse para generar este tipo de reflexiones y no para intentar (porque no lo consiguió) desautorizar a quien pronunció el sustantivo.
    "funda soberanía, custodia y decide quién accede y quién no, distingue, marca los cuerpos, valoriza saberes". No puedo dejar de asociar estas palabras con otra descalificación: la que se esgrimió contra una docente (¿o estudiante?) de Ciencias Políticas, que osó participar de una reunión de junta de Comunicación.
    Si la experiencia allí se asemeja en algo a la de Com., ¿por qué hacer oídos sordos? ¿Por qué prejuzgar este saber como ajeno, distinto, ... (elija el adjetivo que quiera)?
    Me gustó mucho lo escrito.
    Saludos,
    Sol

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