La Ley y la justicia en ocasiones se nos aparecen como si fueran dos cosas semejantes o, cuanto menos, correlativas entre sí: como si la función de la Ley fuera implantar justicia, o como si la justicia se expresara a través de la Ley. Sin embargo, más allá –o más acá- de las luces platónicas de la apariencia, las cosas resultan ser bastante distintas. La Ley no es más que un puro límite, frontera o línea que cruza por en medio de la calle, que franquea los campos y atraviesa nuestros cuerpos de-limitando lo legal de lo ilegal –de aquí la extrema preocupación de los legisladores por instituir leyes claras y precisas que permitan, en su prolija enunciación, erradicar el mayor vestigio posible de malentendidos y contradicciones.
A un mismo tiempo que de-limita, la Ley subjetiva: constituye en su de-limitación sujetos legales e ilegales. Unos y otros –aquellos que quedamos de un lado y del otro del límite que la Ley traza e impone- no somos sino los derrotados de las luchas en que, bajo el filo de la espada del Estado, fuimos vencidos y convencidos del deber de agachar la cabeza ante su letra, que también es espada y Ley y Estado: significante soberano.
Por el lado de la justicia, la situación resulta un tanto más confusa y compleja. Ésta no se presenta de manera tan clara, precisa y prolija. Ella se esconde vergonzosa bajo un manto de sombras que impide su justa designación. El filósofo francés Alain Badiou, en una conferencia dictada en el año 2004 en la ciudad de Rosario, sostenía que tal opacidad se debe a que “no hay testimonio de la justicia, nadie puede decir: `yo soy el justo`”. De este modo, la justicia se nos presenta como un campo abierto de disputas por la institución de su significación, mientras que la Ley, por el contrario, disputa su lugar en lo social como significante soberano e instituyente –pero instituyente (vale decirlo una vez más) de lo legal y lo ilegal, no de lo justo e injusto.
En tanto campo de disputa, la justicia nos exige tomemos posición frente a ella. ¿Qué pensamos de la justicia?, ¿qué es lo justo y qué lo injusto? Ello mismo se preguntaba Badiou en la conferencia arriba citada, y proponía como respuesta una definición políticamente activa de justicia. La justicia –nos decía- es “toda tentativa de luchar contra la esclavitud moderna, lo que significa luchar por otra concepción del hombre”, distinta a aquella que lo constituye en cuerpo que consume y sufre.
A partir de esta serie de sintéticas reflexiones, podríamos sin inconvenientes deducir que, si la Ley no se corresponde necesariamente con la justicia, bien puede suceder que se sancionen leyes injustas. Si desempolvamos rápidamente un poco la historia, podemos encontrar actos de injusticia en la sanción de leyes tales como las de Nüremberg en la Alemania Nazi, o las leyes de Aniquilamiento de la Subversión en la Argentina pre-dictatorial de Isabelita, o la Ley de Residencia elaborada por Miguel Cané bajo el gobierno democrático de Julio A. Roca.
Así también, podemos encontrar injusticias no tan evidentes –aunque no por ello menos significantes- en el veto injusto pero legal de la Ley de Emergencia Habitacional en diciembre de 2008 por el gobierno de Macri. Tal medida constituyó el puntapié inicial de un proceso aún abierto de desalojos compulsivos contra diversos espacios ocupados de la Ciudad de Buenos Aires, devenidos en centros culturales, huertas orgánicas, asambleas barriales, cooperativas de vivienda, fábricas recuperadas. La argumentación a dicho avance estatista fue que la ocupación de los espacios era ilegal y, por ende, sus ocupantes ilegales. Ante tal situación, la respuesta de los ilegales no se hizo esperar y rápidamente se organizaron para resistir a los desalojos.
Uno de los lugares que actualmente se encuentra bajo amenaza de desalojo es la Asamblea de Flores, ubicada en la intersección de la avenida Avellaneda y la calle Gavilán. Allí funciona un centro cultural en el que se dictan diversos talleres para vecinos del barrio, y una cooperativa de vivienda en la que viven treinta y cinco familias y más de cien personas. En un documental elaborado por activistas del espacio, uno de los jóvenes que vive allí sostiene que el lugar no es un espacio tomado u ocupado, sino recuperado.
Los verbos tomar y ocupar refieren a un acontecimiento que se impone desde el presente. El verbo recuperar, por el contrario, nos remite a un pasado que no es directamente asible, pero que resuena en su rememoración a un momento originario que permanece abierto: el momento de la justicia de aquellos que fueron vencidos y, tiempo después, hicieron del instante en que recuperaron el lugar que ahora ocupan (como diría Benjamin) su “chance revolucionaria”.
El espacio –en tanto pura territorialidad- es y fue, ante todo, espacio común de todos y de nadie, luego estatizado, privatizado y de-limitado con la sangre de los vencidos. Es este espacio originario aquel al que los activistas de la Asamblea de Flores hacen referencia cuando mencionan el verbo recuperar. A través de la recuperación como oportunidad revolucionaria, instituida por la Ley y el Estado como ilegal, los ocupantes –o, más bien, recuperantes- recuperaron el espacio del que alguna vez fueron excluidos –que no es otro que el espacio vital de su vivienda, de su trabajo, de su producción y su creación- y lo reconstruyeron como espacio de resistencia.
Casi cien años antes de la conferencia dictada por Badiou, el anarquista mexicano Ricardo Flores Magón sostenía que “el verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domesticado; pero no un revolucionario. (…) Por eso, los Revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías.” Estas palabras nos inducen a preguntarnos: acaso en este salirse del camino de los convencionalismos, ¿no se encuentra también aquella lucha contra la esclavitud moderna y por otra concepción del hombre propugnada por Badiou, así como también aquella recuperación ilegal del espacio llevada a cabo por los asambleístas de Flores? Si nuestra respuesta es afirmativa, entonces podríamos sostener que la verdadera justicia –la justicia originaria- no es la impartida por la Ley, sino, justamente, aquella que ésta busca aprisionar bajo la estigmatización de la ilegalidad: la justicia de los ilegales.
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Feria del libro independiente y (a) en la Asamblea de Flores, 24/10
Flia de emergencia, contra el desalojo del espacio recuperado por los vecinos de Flores.
nos reunimos los sábados a las 16 en la Casona de Flores (Morón 2453, CABA)
indisciplina urbana
¿Cómo confundirnos con los otros y sus saberes? Esta es la pregunta a la que buscamos inventarle, al menos precariamente, alguna que otra respuesta. Un año hace ya que le damos vueltas. ¿Cómo dejar atrás los cercamientos disciplinarios?[Seguir leyendo]
Dos más dos cuatro cuatro y cuatro ocho ocho y ocho dieciséis ¡Repetid! dice el maestro Dos más dos cuatro cuatro y cuatro ocho ocho y ocho dieciséis. De pronto el pájaro lira pasa por el cielo el niño lo ve el niño lo oye el niño lo llama: ¡Sálvame juega conmigo pajarillo! Entonces el pájaro baja y recita con el niño Dos más dos cuatro ¡Repetid! dice el maestro y el niño juega el pájaro juega con él Cuatro y cuatro ocho ocho y ocho dieciséis ¿y dieciséis más dieciséis? Dieciséis más dieciséis no son nada y mucho menos treinta y dos sea como sea los dos se van. El niño ha escondido el pájaro en su pupitre y todos los niños oyen su canto y todos los niños oyen la música y ocho más ocho se van a su vez y cuatro más cuatro y dos más dos se largan también y uno más uno no es a la una ni a las dos uno a uno se van a su vez. Y el pájaro lira toca y el niño canta y el profesor grita: ¡Cuando acabaréis con esas bufonadas! Pero todos los otros niños escuchan la música y las paredes de la clase se desmoronan tranquilamente. Y los vidrios vuelven a ser arena la tinta vuelve a ser agua los pupitres vuelven a ser árboles la tiza vuelve a ser acantilado el portaplumas vuelve a ser pájaro.
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