¿Cuál es la diferencia entre un padre -perteneciente a la buzzística-golpista Federación Agraria, pero en algún sentido de modo relativamente independiente de ello- que le dice –le ordena, deícticamente le indica- a su hija –hasta entonces virgen electoral, himen delegativo intacto- a quién debe votar en las pasadas jornadas del 28-j y un gran especulador travestido –respeto y perdón a las compañeras travestas- de pequeñoproductor afirmando -nada monárquica y muy votouniversalobligatoriomente- que lo que había que hacer era subir a los peones de las estancias –no el libro de Jorgito sino esos antros de renta inmobiliaria especulativa disfrazados de fábricas agroindustriales- en las camionetas –en las cajas, obvio: nunca delante- y llevarlos hacia las mesas electorales, no sin previamente indicarles –ahí, exactamente ahí- a quién debían votar? Vivimos en una ciudad, en un país devenido en gran territorio traicioneramente cobista, que hace poco menos de un mes votó a sus nuevos re-pre-sentantes legislativos nacionales y que ha decidido, ya no sólo municipal sino también provincial y nacionalmente, volver a los ’90 en un acto de borrón y cuenta nueva, como prácticamente cualquier elección, pero no, dado que la eterna vuelta de lo mismo o el retorno de lo reprimido no son más –ni menos- que bellas mitologías griegas o sobrevisitados lugares comunes de la obra freudiana, bajo los mismos personajes: como en determinada representación de Esperando a Godot de Beckett, los personajes de la obra pueden ser los mismos pero los actores que los encarnan nunca lo son, motivo por el cual los primeros nunca son los mismos, sino que siempre se modifican –se desvisten y revisten- entre cambio de cuadro y cuadro, entre paso de década y época. La vieja cuestión de las fenomenológicas y por lo tanto nada instrumentales relaciones entre forma y contenido, que, determinado contenido, ya implicado bajo cierta forma a la vez que cohabitante con ella, dicho de otra forma-contenido, ya no es el mismo, es decir: cambió tanto en su contenido-forma como en su forma-contenido. A resumidas cuentas, que no se puede decir lo mismo de dos formas distintas: por más que lo dicho –lo dicotómicamente entendido como el contenido- sea presuntamente familiar en cada una de sus manifestaciones, en cada una de ellas, en tanto manifestación particular, estará siendo siempre algo irrepetible, distinto y no intercambiable con los dichos que, al parecer, se le parecen en el contenido aunque no así en la forma. El desafío de pensar la historia en incómodos términos de ruptura y diferencia y no ya en los estructuralistamente holgazanes modos de repetición y continuidad: los es más de lo mismo, son todos lo mismo, más que la incontaminada postura crítica de un militante de izquierda –un joven de 18 años del PO que acaba de leer el Manifiesto Comunista y se convirtió al marxismo por tal bella lectura- desconfiado de todo y de todos salvo de las propias fuerzas, remite a la comodidad de pensar lo que está y no lo que desapareció, lo que sigue siendo y no lo que ha dejado de ser. No hace falta que -cual mito de las cavernas- regrese un interino caudillo patilludo para que la sociedad argentina, en una reacción que anacrónicamente vuelve contemporáneos los setentistas trabajos sobre la acrítica recepción de los públicos de los consumos simbólicos, demuestre su inconsciente voluntad de volver a los modos y ethos de una década que, sólo siete años atrás –y es sólo y no ya siete años atrás-, al frío más que calor de las justicialistas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 que adherentes a
Tenemos presente a Bataille y aquello de un padre que, típica situación pequebú, escena familiar propia de un entorno clasemediero, luego de propinarle la consensuada mensualidad a su primogénito, alarmándolo de los gastos innecesarios, inculcándole las protestantes virtudes del ahorro, advirtiéndole las inconveniencias de un gasto que se aparte de los volitivos marcos de lo productivo y funcional, le dice en qué debe gastar el dinero, cómo, cuándo. Recordamos a Borges y su entrevista de junio del ’73 en el diario mexicano Excelsior donde, ante las antianarquistas elecciones de marzo de mismo año luego de dieciocho años de proscripción del por entonces mayoritario fenómeno político del país, respondió que su madre le había dicho –indicado, deíctico mediante- a quién votar, dejándole un sobre con la boleta a su interior que debía depositar en la urna: como no podía ser de otra manera, viniendo del Cortázar argentino –quien, de alguna manera, es el Borges suizo-, aquel voto fue, no a la huestes radicales como posteriormente afirmó que debería haber votado para contribuir con su bloque de piedra al dique de contención del peronismo, sino al progresismo de Nueva Fuerza de Alsogaray. Es curioso que sean las memorias de ese tipo de padres, votantes y candidatos los que se encuentren presentes –es decir: memoriados, recordados a pesar de su aceptada impresentabilidad- en los dichos de un padre monárquico y un pequeñoproductor estéticamente oli-garca que habitan la ciudad, ya no sólo bajo la forma de aviones despegando de helipuertos cedidos a los amigos a pesar de la presencia de aves revoloteando, sino también bajo el modo de camionetas que se representan cruzando las carreteras para llevar a peones considerados hijos –similarmente sub-yugados- a votar en mesas electorales asentadas en ciudades donde los comercios, paranoicos por virus de los que extraen beneficios comerciales más que por las inminentes expropiaciones del gobierno montonero, roban infinitamente más que los pibeschorros para los que solicitan gatillofácil y encarcelamiento sin juicio previo. Ya lo dijeron, en la insoportablemente visitada década del ’70, Pedro y Pablo: Yo vivo en una ciudad.
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