La norma, la excepción, el escándalo
Apuntes para pensar el estado de exclusión
I
El 15 de septiembre de 1935 el Reichstag nazi aprobó por unanimidad las leyes de Nüremberg. Éstas prohibían la unión entre judíos y alemanes, y negaban el derecho de ciudadanía a los primeros, reduciéndolos a la categoría de “nacionales”. De este modo, el nacimiento en un determinado territorio dejaba de ser condición suficiente para tener derecho de participación en los asuntos estatales y ser portador de garantías constitucionales. Así, un siglo y medio después de su consolidación a nivel planetario, Estado y Nación comenzaban sus trámites de divorcio. Pero no se trataba de una simple fractura o escisión, había algo más: una nueva forma de exclusión. El Estado excluía a la Nación, y lo hacía a través de su propia lógica jurídico-estatal, dentro de su propia normalidad. Cuatro años después de las leyes de Nüremberg, la excepcionalidad de los campos de concentración atrajo en forma escandalosa la atención del mundo entero. Des-ciudadanizados, el traslado de los judíos a los campos no resultó problema alguno.
II
Es en la segunda mitad del siglo XVIII y de la mano de los fisiócratas cuando la población comienza a considerarse un problema en sí mismo, es decir, escindido del pueblo –otro gran problema. El debate sobre la carestía y la libertad en el comercio de granos es el que habilita la constitución discursiva y programática de este nuevo sujeto político. Los fisiócratas comenzaron a sugerir que la escasez como flagelo era una “quimera”. Por más hambre que haya –pensaban los fisiócratas-, no todos los habitantes de una nación irían a morir, sólo lo haría un grupo de ellos: una multitud de individuos cuyo sacrificio era condición necesaria para la supervivencia de la población. La población se constituía, a través de su gestión, en objeto de intervención de las políticas económicas para el mantenimiento de cierto equilibrio, de cierto orden, al interior de un territorio. Y se constituía, a la vez, como sujeto colectivo de las técnicas de gobierno para el manejo de su conducta. Pero la población no son todos los habitantes de un determinado territorio en tanto no se trata de un determinado conjunto de individuos, sino de un nivel pertinente de acción política que se constituye, sí, como el reverso de la con-sagración al hambre de una multitud de individuos: los excluidos.
III
El significado de exclusión es –al igual que el de excepción- “dejar afuera, separar, discriminar”. Es por ello que, si se toma este concepto de manera literal, puede caerse en el error de pensar la exclusión como el afuera-de-la-sociedad. Si así fuera, entre inclusión y exclusión –es decir, entre población y multitud de individuos con-sagrados al hambre- no habría más que una relación de exterioridad y no de inmanencia, de mutua reciprocidad. Si, como decíamos antes, el sacrificio de algunos se constituye en condición necesaria para la supervivencia de la población, entonces tal vez sea más pertinente pensar la exclusión no como el afuera sino como el umbral de la pertinente inclusión, entendiendo aquí umbral no sólo como límite sino como aquello que brinda abrigo, protección: que permite la vida.
IV
Robert Castel complejiza la dicotomía inclusión-exclusión agregando una tercera zona intermedia: la zona de vulnerabilidad. Mientas que la exclusión es pensada por el sociólogo francés como un estado de gran desafiliación y marginación, la zona de vulnerabilidad se caracteriza por un proceso de precarización laboral y fragilidad social que puja por expulsar a los sujetos vulnerables hacia el estado de exclusión. En este nuevo contexto, el encierro, táctica de gestión de la exclusión propia de las sociedades disciplinarias, parece haberse vuelto obsoleto, siempre y cuando se piense éste como la acumulación de cuerpos dentro de un edificio, y no como posibles encierros otros, más sutiles y no tan evidentes –al mismo tiempo que ocultantes. Por otra parte, la zona de vulnerabilidad pone de manifiesto que el acceso al trabajo ha dejado de operar como filtro divisorio entre inclusión y exclusión, como ocurría en las sociedades fordistas. Sobre estas transformaciones en el mundo del trabajo piensa Alessandro de Giorgi a través de su concepto de excedencia de la productividad social y la distinción que traza entre trabajo –“conjunto de acciones, performances y prestaciones productivas”- y empleo –“sistema de gobierno de los derechos y la ciudadanía”. Ahora bien, si el trabajo ya no se corresponde con aquel filtro divisorio, aquel umbral de exclusión e inclusión, ¿qué es lo que marca hoy día la característica particular de este nuevo estado?; ¿existe algún parámetro unívoco o, tal vez, una serie de éstos a partir de los cuales medir la exclusión?; ¿qué es lo que un individuo debe finalmente perder para convertirse en excluído?
V
Giorgio Agamben piensa la nuda vida como aquel (no)sujeto sobre el que se ha operado un proceso de desubjetivación, quedando de éste no más que cuerpo sagrado, es decir: con-sagrado a la muerte. La figura del musulmán de los campos de concentración nazi fue el modelo que le permitió a Agamben desarrollar este concepto que, antes que él, había ya elaborado Walter Benjamin. Aquello que convertía a un conFINado a un campo de concentración en musulmán era, principalmente, volverse incapaz de decir y de decir-se. Los musulmanes no hablaban: eran hablados, ante lo cual la prueba de su existencia sólo pudo ser dada por el testimonio de otros. El concepto de nuda vida pone a la cuestión del sujeto en el centro del debate, cuestión que Luhmann, en su teoría holística de los sistemas sociales, hace a un lado. Sin embargo, el particular modo que este pensador alemán tiene de pensar la exclusión posee, tal vez, algunos interesantes puntos de encuentro con el concepto de nuda vida del pensador italiano. Para Luhmann, la sociedad es un sistema total cuyo elemento único es la comunicación. Durante el proceso de comunicación constitutivo de lo social, el individuo –sistema psíquico que, como tal, no forma parte de la sociedad- participante en dicho proceso cuenta para los otros como persona. En tanto los individuos no son sociedad, la exclusión no excluye individuos sino comunicación: se trata de comunicación negada. Los individuos sobre quienes recae tal negación de comunicación, aquellos incapaces de reproducirla por quedar fuera del proceso comunicativo, dejan de ser considerados personas y devienen meros cuerpos. Cuerpos sobre los cuales –dice Luhmann- el peligro de muerte se acrecienta de manera considerable.
VI
Las villas miseria del conturbado conurbano bonaerense –umbral de la porteña ciudad capital- existen prácticamente desde que éste se conformó como tal. Forman parte de su paisaje de una manera tan íntima que resultaría casi imposible, para más de una cabeza, pensar el Gran Buenos Aires sin, al mismo tiempo, cavilar acerca de estos espacios de aglutinamiento de pobreza y exclusión. Las villas están allí –y no sólo-, ocupando de manera cotidiana y normal el espacio urbano que las conforma a la vez que es conformado por ellas. Su presencia se encuentra naturalizada de tal modo que ya casi nadie las cuestiona. Hasta que la mañana del 7 de abril los habitantes de la Villa Jardín, Partido de San Fernando, amanecieron amurallados. Un muro de cemento concreto concretizaba su estado de exclusión, atrayendo de manera escandalosa la atención de mucho más que un ojo miope.
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