Manera sencillísima de destruir una ciudad
Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario.
Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos.
Este fragmento pertenece a un libro publicado en 1967 que es lo más parecido a un blog en papel, un verdadero anticipo ludopático plasmado en distintos escritos-fragmentos-mundos.
Una vuelta al día que me encontraba en Córdoba capital, porteño y culiáo, levanté la vista y me encontré con esa nube de la especie cúmulo, que retraté defectuosamente con una vieja cámara Canon sin zoom. Luego, recordando el pasaje cortazariano en un flash de lucidez terrorista y luddita, fui rápidamente a buscar mi bolso. Primero saqué el arco y lo tensé para probar su alcance. Pero, pucha, me dije y carcajeé, justo me vine a olvidar el carcaj, ¡juá!
Publicidad engañosa
Esta publicidad de las heladeras Polaris la veo desde que hago uso indebido de la razón. Está ubicada en la esquina de Belgrano y Perú, en cuya manzana casi de las luces viví toda mi infancia.
El otro día pasé por esa esquina luego de mucho tiempo y tal vez por la nostalgia, la efectividad de la interpelación publicitaria o la urgencia de cambiar la heladera, me propuse consumir Polaris. Aunque puede que la peli Solaris de Tarkovsky haya agitado mi inconsciente con su parecido nominal y temático: la imagen del polo norte terráqueo discurriendo frescor o dominio telepático hacia el aparato (¿o simplemente es la tierra condenada a morir en la heladera eléctrica?, uf, éste es un caso para la gestalt) es al menos análogo con el océano interplanetario Solaris, que goza de un poder de conciencia sobre los piantados tripulantes de la estación espacial soviética.
La cosa es que doblé decidido la esquina por Perú y a mitad de cuadra no había más que un portón cerrado y con cara metálica de pocos amigos. Para sacarme las dudas probé llamar al 23-
ché rondamón
Los tablones que rodean el Centro Cultural Gral. San Martín nos regalan una obra de arte con firma del artista colectivo Partido Comunista, que hasta tiene el buen tino de avisarnos que allí, en la esquina de Sarmiento y Paraná, hay una obra.
Lo curioso es que el ícono inconfundible del Ché Guevara, con su gorra estrellada y su melena leonina, parece contener el rostro de Don Ramón, alias rondamón, el personaje boludeado pero querible del Chavo. Es poco probable que se trate de un stencil jocoso. Muy por el contrario, además de demostrar que estamos en una época de Chés flacos, lo que pareciera connotar este graffiti es una posible y silenciosa trotskización del PC a través de las técnicas estéticas. ¿Cómo? Es evidente, las influencias del muralismo mexicano de Diego Rivera, tan iconista como trotskista, están haciendo de las suyas en las filas del Partido. Este Ché rondamonizado es apenas una etapa del proceso que encontrará muy pronto a don León enaltecido con los accesorios guevaristas. Todo cierra.
y bueno digamos que un poco de revolucion permanente no le va a venir mal al PC...jajaj
ResponderEliminarustedes que onda? hacen un taller/revista ???
un saludo y gracias por el comentario, grouchista!