Sobre Fito Paez en “La mitad”, artículo catalogado como Contratapa, en la última hoja del diario, al final, la conclusión que Página 12 (la del medio) le permitió a un extraño, un outsider de la política. Une otre muy llamativo para toda una Opinión.
Y podríamos no saber a qué mitad alude el título, tal vez a una mitad ontológica, así empezaríamos con una falta, y nos faltaría bastante, tanto como otra mitad. La primer mitad no es sin la otra[1].
Una mitad, implica que van a haber dos partes, salvo que nos vengan con que es una mitad y dos cuartos, es otra vez el maniqueísta, reduccionista binomio: nene / nena, malo / buena, azul / rosa, mitad / mitad (?).
Difícil enojarse con La Mitad. Más complicado aún es asquearse con una ciudad, más imposible si la comprendemos como calles, edificios, cloacas, baldosas; más viable es “enfrentarse”[2] ante las construcciones imaginarias que la atraviesan, ante ese ser barrio, ante una manera de ser que según Fito parece dar vergüenza mostrarla, a la que a veces se le va el misterio, y se muestra tal cual es, como si finalmente fuera de alguna manera.
Pero al ser no le queda más que aparentar. El lenguaje que nos atraviesa, cual piel, sirve también para mostrarnos, y tiene mucho de misterio, ya que sólo así se nos presenta el ser. El asunto está en creer que se descubre a esta mitad, la necesidad de señalarles “la falta” (¿la Otra mitad?), de avisarles que se les cayó la careta, difamarlos, que se les fue el misterio, y que detrás de la cortina de humo Fito sostiene que se puede no ser, peor, que se puede querer no ser, y esta apariencia que inventa, le repugna. Nos late la pregunta de quién es / quiénes son esxs todxs, cada mitad.
Fito, asume que en las últimas elecciones porteñas lo que se festeja son pequeñas conveniencias[3] ¡Como si tener el bolsillo lleno no fuera una gran conveniencia! Puede que tras años de opulencia, el autor (por derecho, y de derecho) se haya olvidado de lo importante que es tener resuelto “el tema del bolsillo”.
Si nos lo permiten, inventaríamos fantasmas más amigables, para no sentirnos acosadxs por tontos que no saben lo que quieren (aun sea para todxs imposible acercarnos de lleno a nuestro deseo), que son estafados (ninguna mitad queda fuera del “engaño”, ante la metáfora que es el lenguaje), como si no supieran a quiénes votan (como si votar fuera un acto de alta incidencia política, como si se pudiera acceder, llegar, a la persona con más visibilidad de esta burocratizada configuración verticalista).
Que careta es juzgar que unxs Otrxs quieran seguridad, que busquen repetir sus experiencias gratas, cuando esto es parte de las finalidades compartidas por todxs, en esto podríamos encontrarnos todas las mitades. Si llegáramos a considerar a esta mitad no tan falta como la describe, y que le asquea, este estereotipo que supo comprar, pero no devolver, estaría la opción de al menos intentar correr el plano de la discusión, a superar ciertas comodidades a fin de dar lugar a nuevos espacios y no cerrar lxs de les otres. Superar este mito fantasma de la mitad (más unx (?)), condensado en haber votado a meneM por segunda vez.
Nunca se pone en cuestionamiento que el plano que se discute es el de la popularidad, ya sabríamos de antemano quien va a ganar: la/el más popular. Así, esto sería mensurable mediante encuestas, y esto es lo que proponemos superar, discutir, destruir, y que lo político pueda ocurrir por otros cauces, que la/el Otrx no sea una amenaza falta de cordura, permitir contemplarnos en las diferencias que nos acercan.
La existencia de esta mitad incompleta, inacabada (ambas lo están) se muestra mediante un discurso “más errático”, confuso, misterioso que el de la otra mitad. Entonces esta representación da idea de una mitad confusa (misteriosa), poco clara, lógica de la cual el narrador Fito se excluye, y se muestra desde otra mitad (seguro que buena). Se presenta la idea de que la política de la mitad “mala” habita en los lugares de encuentro pasajeros / pasatistas, como el taxi y el café.
El café, un espacio con posibilidad de horizontalidad, popular, no puede ser donde ocurre la política para Fito, tal vez le deje el espacio exclusivamente a las encuestas y elecciones. El café fue espacio de discusión literaria, del necesario debate entre pares, básico para un ejercicio pleno de lo político; mientras que el taxi no lo fue tanto, ya que suele ser un viaje corto, mediado por el dinero, soporta una escucha radial, y es mucho más moderno, tanto como porteño.
Aparece de manera mucho más tangible un enemigo: ese taxista, que claro, es el que va a esos café, y le molesta el asunto de los derechos humanos (porque tal vez este enemigo ni siquiera es humano, está por fuera de estos “derechos”)[4].
En el medio de la exposición hace referencia (contradictoria) a un espacio político más extraño aún: el “tuiteo”, que uno lee pero que “no le interesan a nadie” (?).
Al final del artículo lo misterioso, lo oscuro, ¿el humo? es celeste, y las oraciones ya carecen de comas, sube el ritmo, la temperatura, y nos muestran que nadie más revisó el artículo[5].
Las palabras nos llevan por las calles, y la ciudad empieza a ser también la calle, en cuanto sea atravesada por este cuerpo que (se) envuelve de misterio. A pesar de todas estas palabras, Fito nos dice que ya no quiere “eufemismos”[6].
Por último, según Paez, la gran masa de votantes lleva una máscara de incógnitas siniestras, habla sobre fuerzas ocultas (?) del país, que representan lo peor, el dolor, la ignorancia, la hipocresía, de ideas para pocos (¿sólo las de una mitad?), de gente egoísta que se piensa mejor que el resto, entonces superior a la otra mitad, que puede posicionarse sobre el/la Otrx y avisarle cuando asquea. Suena mucho a lo que Fito termina haciendo con su artículo, ya no sabemos de que lado estaría.
Es imposible que votar sea un acto de rebeldía, con él no nos sublevamos ante nada. El voto acepta las condiciones previas que lo sostienen, no posibilita el cuestionamiento del discurso que lo habilita, el voto es un acto de confirmación a un sometimiento. Peor millones de personas tolerando la perversa lejanía de la ironía representada en aquellos papeles con otros nombres, papeles que fueron embestidos de validez mientras unx haya dejado antes un nombre y un número de documento “propios”, para recién así “poder” “elegir” entre esos otros pocos nombres que sí van a contar (y con tanta celosía).
El resto de los nombres no (los) cuentan, no son ¿Pero quiénes les eligen? ¿Quiénes les legitiman? ¿Quiénes les nombran? ¿Acaso no se nos toca en lo más íntimo de nuestro ser cuando pronuncian nuestro/s nombre/s?
El orden de lo Real es inaccesible, y rebelarse ante esto lo sería también ante lo que instituye la palabra, a lo inacabado de esta, lo que nos permite no más que sentir que nos comprendemos y comunicacmos
El mundo no puede ser salvo que real, y si es la tierra, que ésta existe, no le queda más que ser real.
Más comprometedor sería asumir que hay un solo mundo real, el mundo como configuración de verdades, muchas, colectivas, complejas, que conviven entre sí, coexisten, pero si un sector se subleva porque quiere que el mundo real sea uno, podemos asumir que va a ser el suyo, el de nadie más. Sería una imposición absolutista y negadora, y el proyecto se escapa a un par de votos.
La reelección sería “elegir a los de siempre”[7], la figura de outsider político se le va agotando a Macri, al Pro, al macrismo (si existe tal cosa), y también van siendo “los de siempre”. Ninguno de los postulantes son renovación, desde sus puestos políticos gubernamentales no pueden salvo que ser reelegidos.
Si existiera “la gente normal”, no podríamos ignorar que hay normas de cómo ser y que moldean nuestra perspectiva del ser humano, pero si sólo esto nos configurara, si sólo esto fuéramos, seríamos seres unívocos que sólo intercambiamos paquetes de información vacíos, y sólo diríamos código, y esa gente inexistente sería la que ganó las elecciones según Rozitchner.
Hay un principio muy complejo (no por lo difícil, sino por su conformación) en la democracia, que tendría que ver con la construcción colectiva, y suponer un bien común (que pobre, sería asumir sólo uno (?)) a esta comunidad, y con esto hay poco de querer ganarle al otro, menos de creer que no pueda valerse de sí mismo para saciar sus necesidades más básicas, irrisorio que deba delegar sus decisiones más determinantes. Necesitamos de lxs unxs y lxs otrxs, y por esto no vamos a anularnos, degollarnos para ser les portadores de la unica verdad, del mundo real: si (te) gané, entonces alguien (se) perdió.
Si ganó la gente inexistente, normal, de las encuestas, de lxs entrevistadxs a los gritos con preguntas que dan por sentada la respuesta, perdió el ser humano atravesado por el inconsciente, por el lenguaje: las personas con las que hablás.
Más grave resulta aún sostener que ese robot no humano, normalizado, no es entendido en la política[8] ¡Pobre! ¿Para qué participar de algo en lo que no me van a entender? Ah, quizás quisiste decir que “no es entendido”, que “no entiende de”, y mirá, no te creas, la política que viene a mediar el poder que genera necesariamente desigualdad puede que ni exista en estos no seres, estos autómatas, ya que son la Norma media ¿No someten al otro porque son tan normales que se equilibran? ¿Por lo tanto en las elecciones también se juega qué tipo de humano “gobierna”? ¿Quiénes somos (más) humanos?
La gente que no es normal, bien podría ser anormal, ¿Quedaría por fuera de la lógica de los electos? ¿Por fuera de la política?
Negar que todo es atravesado por lo político y que todo puede ser tratado en términos políticos, es de una perversión escalofriante, una demostración de un claro interés por sostener cualquier relación de desigualdad inclinada al status quo del capitalismo de turno[9].
Nefasto sostener que es ingenuo que el mismo Estado que escribe, aprueba, desaprueba, reprime por, y que mata mediante ni cumpla la Ley[10] (que no termina en el papelito escrito que nos mantiene lejos del estado natural), no vele por ésta. En el artículo citado, la política es en lo estatal, si algunos no políticos ganaron, es porque votaron por alguno que va a estar sentado en alguna silla con algún título, alguna jerarquía en el Estado, este ser no político elige a otro tampoco político para que esté en la política... es perverso pensar que no se va a cumplir la ley en minúscula, porque la mayúscula supera la parte escrita del Estado, y bien que necesita de esta, esa es la parte ingenua, pensar que el Estado no va a cumplir la Ley, cuando la es.
Para la lógica Pro, ya no hay enemigo porque lo está negando, ya que no eligió a/la misme que yo, hincha para el otro equipo. Negarlo es la estrategia primera y más económica. Lo existencial no viene a negar al otro[11], cuestión necesaria para la consciencia de unx mismx. Lo que explica Rozitchner no es una postura existencial, es un aislarse de los cuerpos fragilizados, desarticulizados, menospreciados, marginalizados. El Pro parece haber estado cansándose de huir, ahora querrían perseguir (marcar las casas habitadas por alguna otredad), el pro puso play (?), avanzó, mutó: no hay que quejarse del otro, hay que dejarlo de lado, excluirlo, o ni siquiera existe, ni cuenta, sólo les nuestres son bienvenides.
De esta liquidación, negación del/de la otre como par, del cual ya no temer (antes debíamos temernos como iguales, ante el mercado libre, el modelo noeliberalista, en los que todxs somos competencia, salvo que anulemos a algunxs como humanxs, que los ignoremos, que los excluyamos del mercado, de la sociedad no podemos estar seguros), viene el no confrontarse: la postura es positiva, como un nuevo movimiento new age, y el mantra es “somos todes iguales”, vayamos para adelante, ¡Mirá! Y el vecino ve, sólo mira, ya no participa; vio obras, y encima no se terminaron, ¿Qué nos detuvo? Perdón ¿Qué les detuvo?
Rozitchner trabaja con el Pro, es contratado para dar charlas, para escribir algunos artículos, el mismo se enorgullecía de haberles hecho leer Nietzsche, como si fuera una hazaña, mostrándose inteligente, nombrando al mostacho más lindo de los cuestionadores de la razón, tratando de culturizar a esa masa inerte que lidera autómatas, que le son menos que él, que sí puede explicarles, para eso le contrataron. Además alejándose de una falsa intelectualidad, se enfrenta al campo intelectual que Clarín señala como K (¿de capital?), mostrando su propia intelectualidad como legítima, lo dicen las facturas emitidas al Pro[12].
“Ni Mauricio ni Pro esconden una maquinación, como cree el prejuicio, ni una especulación secreta, son ganas de vivir, de más, de pasarla bien y de estar juntos. Todos, cada uno con los que más quiera.”
De nuevo negando el inconsciente. Cuando la especulación a voz baja es la base del negocio financiero, nadie iría gritando sus próximos movimientos en el mercado para generar un asalto a su mercado. La política, no se trata de pasarla bien, y más que estar juntos, se trata de convivir, de comunidad, de reconocernos en las diferencias.
Vivir no pasa por las ganas, menos por simplemente pasarla bien: estar juntos es inevitable, nos necesitamos. La problemática política no viene por ahí, en el 2001 estuvimos con más ganas de vivir y pasarla bien que nunca.
Notas: