miércoles, 27 de octubre de 2010

Asamblea de martes: la mella de la burocracia según el prisma que se mire.





El martes 26 de octubre de 2010, a 6 días del asesinato del militante del PO Mariano Ferreyra a manos de la burocracia sindical pedrazista, se desarrolló la asamblea del CECSO de FSOC de la UBA, asamblea que giró mayoritariamente en torno al imprescindible repudio y exigencia de justicia para con aquel asesinato político. Sin embargo, como el término mayoritariamente muestra, no sólo sobre el recuerdo de aquel joven militante trotkista versó la asamblea. Si bien esta parecía discurrir por estos carriles, considerando inapropiada toda intervención que implicara fisurar el saludable consenso de indignación ante un crimen político a manos de una burocracia sindical, sobre el final de la misma, a la hora de las mociones, como quien no quiere la cosa, se introdujo una que no había sido mocionada al menos públicamente por ninguna intervención: no hay nada de malo en ello, pueden acercarse mociones a la mesa moderadora por fuera de ella, como cualquier abc de procedimientos asamblearios ilustra. Sin embargo, como también resulta obvio, es responsable –para quienes tanto gustan de responsables políticos- señalar la procedencia partidaria/agrupacional de aquella moción extra-intervencionista: así, una expresión como un conjunto de agrupaciones, vertida por un integrante de la agrupación estudiantil Prisma, además de vaga, es de una irresponsabilidad proporcional al grado en que le quita el cuerpo –paradójicamente con tanto positivizar poner el cuerpo- a la responsabilidad de nombres propios de agrupaciones y/o partidos. ¿A qué se le teme? ¿Por qué no hacerse cargo? Si esta moción subterránea y traicionera ya fue planteada -por cierto que menos deshonestamente- cada vez que se mocionó a favor de la continuidad del Comedor de Constitución-Ex aula 6 desde la última palabra que brinda la codiciada mesa de moderación, ¿por qué no hacerse cargo de la huidiza moción dando los nombres de las agrupaciones-partidos que la mocionaron subterfugiamente y subieron y bajaron los bracitos votadores al ritmo de la aceptación o rechazo que intuyeron de la asamblea? Lo que se dice: un asunto de principios, ideales, convicciones.

Las intrigas palaciegas forman parte de la política. Pregúntesele sino al oficialismo en torno al vicepresidente mendocino elegido en 2007. Quienes las efectúan creen estar entrando en lo hondo de la política, la política entendida como conspiración: se figuran a sí mismos –una vez finalizada la carrera, si es que alguna vez sucede- como futuros cuadros de una fuerza social de relevancia. La mesa de operaciones moderadora les sirve de escenario, el micrófono de legítimo monopolio de la legítima voz de la asamblea, el resto de ella de auditorio sujeto a las astutas especulaciones: da gracia dado que no vale la pena observar cómo se agolpan detrás de ella como si su posterior fuera la codiciada espalda de la persona amada. Detrás de ella se dan conversaciones que luego se desvanecen, conversaciones no dables de ser tildadas de traiciones dado que eso implicaría creer en demasía en una de las dos partes de la conversación. Hay que reconocer que ese tipo de diálogo forma parte de las tradiciones del populismo que se pretende de izquierda, que –en tanto bonapartista y pendular- flota de una posición a otra según cómo venga la mano –son el antisalmón de la política-, pero no de quienes se referencian en legados autogestivos. Debe llamar a profunda reflexión de estos sectores prestarse a tales contubernios con quienes, bajo la pretensión de que son amigos sólo porque no son enemigos, no dudarán en mocionar en repetidas oportunidades proposiciones irrespetuosas de experiencias prácticamente inéditas en la facultad que conducen, o directamente en aparatear una asamblea introduciendo subterfugiamente mociones que –como un mago con su conejo- son sacadas de la galera. Al menos, cuando vemos un conejo salir de la galera del presdigitador, sabemos su nombre o apodo: sería deseable que lo mismo sucediera con las agrupaciones y partidos que, de la vergüenza del burocratismo operado, ni siquiera se atrevieron a explicitar las corrientes desde la que partió aquella proposición.

El fantasma de la autonomía parece aterrarlas. Y esto no es exclusivo de las agrupaciones conductoras –sin controles de alcoholemia, como buenos tomadores- del CECSO, sino también de los partidos políticos restantes. De otro modo, en lo que a los primeros respecta, habría que prestarse a conspirativas y paranoicas versiones según las cuales su ensañamiento por entregar –lisa y llanamente, son entreguistas confesos y contentos- el comedor-ex aula 6 se debe a secretos convenios con el muy funcionalmente demonizado Caletti –quien hizo todo lo posible para tal negativización- no precisamente expuestos a la cosa pública. Así, la célebre expresión del Decano: ni mentiroso ni buchón, a la luz de la recurrente proposición de mociones contra la experiencia autoorganizada encarnada en el comedor, cobra otro matiz: ¿habrá sido verdad que integrantes del CECSO mantuvieron reuniones secretas por fuera de la mesa de diálogo –y, por ende, irrespetuosos de la tan agitada soberanía de la asamblea- con su tan convenientemente demonizado enemigo? ¿Las principales agrupaciones integrantes del centro fueron irrespetuosas del mandato de las asambleas que tanto elogian? ¿Jugaron a dos puntas? ¿Cayeron –y recayeron- en doble lealtad? Si no es así, ingenuamente, no se sabe por qué tamaña animosidad en devolver gratuitamente un espacio que fue conquistado a fuerza de fuerza, trabajo y afectos por quienes también participaron de la toma y participan de las asambleas. ¿Será por los fondos que un comedor bajo control del centro redundaría para con sus agrupaciones integrantes? ¿Será por la caja que –comprensiblemente- tanto es criticada para con el gobierno nacional pero que, al parecer, no resulta tan criticable cuando los beneficiados somos nosotros y no los otros? No quisiéramos caer en tan mal pensadas interpretaciones. Estamos seguros de que debe haber una buena razón –o varias- explicadoras de tan sintomática conducta. A su espera estamos.

No obstante lo anterior, no puede dejar de señalarse la suerte de inocencia de quienes, creyendo en las palabras de quienes minutos después mocionarían en contra de una experiencia que se mide en mucho más que panes y cervezas –como si esto, además, fuera poco-, repudiaron los llamados intentos del Decanato de sembrar la discordia en la chacra del movimiento estudiantil afirmando que se reunía con una minoría -¿la vanguardia?- de él bajo el pacto de jamás reconocer públicamente la reunión: cada vez que su cabeza tuvo oportunidad no hizo más que embarrar la cancha de una tierra ya pisoteada, pero debe llamar a reflexión de aquella en parte ingenua y muy desilusionada fracción estudiantil sobre su configuración de amigos y enemigos: no se trata de patear el tablero –para eso siempre estará el zapato de Kruschev, mal que les pese a los stalinistas disfrazados de otra cosa-, sino de saber con qué pingos se cuenta a la hora de la partida. Porque, como reza la sabiduría popular, en la cancha se ven los pingos. Y, de un tiempo a esta parte, ya se vieron: se están viendo. En caso de que quienes vienen obrando bajo determinada línea, bajo cálculos miserables realizados con los dedos de una mano, lo sigan haciendo de esa forma, su entreguismo formará parte de una de las herencias más interesantes para con el movimiento estudiantil futuro que intentará no repetir sus tan repetidos errores.


sábado, 16 de octubre de 2010

General Villegas, una ciudad que no tiene salida





Ey baby, ¿qué vas a hacer? ¿Quedarte donde esperan que estés?
Haciendo lo que se espera que hagas.


La violación es una aseveración de poder
Desde la prensa hasta en la calle
Vendiéndola en los diarios, vendiéndola como un producto.

Chumbawamba – “Rape”


En ocasiones nos apoyamos en veredictos de culpabilidad
 o inocencia para resumir la vida de otro.

Judith Butler - “Dar cuenta de sí mismo”



1.

Tal como nos recuerda el suplemento femenino de un diario de tirada nacional, ya pasaron cuatro meses desde que General Villegas adquiriera notoriedad en los medios tras el procesamiento de tres adultos por su vinculación sexual con una adolescente. La circulación masiva de un video de tal encuentro por los teléfonos celulares del pueblo y las manifestaciones de apoyo a los varones implicados bajo la consigna “una ciudad sabe la verdad” indignaron en su momento. Pero, como dice la nota aludida, una vez que el tema salió de la agenda mediática, el trámite judicial siguió su curso. Un curso previsible y esperable, más allá de las lamentaciones bienintencionadas de algunxs o los históricos reclamos de un feminismo que hace bandera de la protección integral de las víctimas eternas de las violencias (mujeres, niñas y niños sobre todo), en coincidencia  con la retórica proteccionista del derecho respecto de estos sectores frágiles de la población.

Las declaraciones testimoniales continúan este curso anunciado. El abogado de la familia de la chica se refirió a estas declaraciones en términos que la nota en cuestión reproduce: “en este momento, toda la actividad judicial está referida a investigar la vida privada de la menor, con preguntas que van más allá de lo obsceno. El fiscal lo refuerza con las preguntas a los testigos, que llegan con un libreto totalmente difamatorio, lo que me llevó a decir en una audiencia que estamos frente a gente sin escrúpulos que quiere difamar a la menor sin aportar a la causa”. Y continúa diciendo: la gravedad de todo esto es que el ambiente sigue inculpando a la menor. Porque del delito no se habla, aunque sea lamentable. Sólo se habla de la víctima”[1].

No voy a desconocer el trato habitual que reciben lxs denunciantes de delitos sexuales o sus familiares y allegadxs: el mecanismo que se conoce como “revictimización” implica que se investiga a las presuntas víctimas o a su entorno inmediato más que a lxs señaladxs como autorxs. Sólo me voy a detener a precisar que, tal como rezan los manuales de Derecho Procesal, el testimonio prestado en sede judicial debe versar sobre algo sucedido previamente, ya que se refiere a una realidad objetiva percibida por los sentidos de quien testimonia. Es una prueba indirecta por la que el juez toma conocimiento de hechos pasados. El testimonio así concebido resulta una prueba de la veracidad –o no- de algo afirmado por alguna de las partes del proceso. Es decir, procesalmente, testigo es siempre un tercero que asume el deber de decir verdad. Las partes del conflicto –víctima, acusadx, demandante o demandadx- no pueden ser testigos en el sistema judicial moderno.

A esta altura de los acontecimientos, no puede sorprendernos que en plena investigación judicial los testigos vuelvan a declamar lo que Villegas sabía mucho antes de la difusión del video. Mucho antes, incluso, de que la chica en cuestión llegara a la casa de uno de los imputados y suceda aquello que para algunxs es abuso sexual, mientras que para una ruidosa o silenciosa mayoría es un acto esperable, no sólo consentido sino buscado por la adolescente: porque era una vaguita, una cualquiera, una chica fácil. Es decir, lo previo a lo que se refieren los testimonios prestados en la causa de Villegas es eso mismo que la ciudad consideraba esperable en la chica. Un entrecruzamiento multiforme de normas de género, sexualidad, relacionabilidad interetaria e intergéneros, incluso de parentesco, más toda una serie de prácticas violentas y abusivas transversales produce eso esperado. Dar testimonio o decir la verdad en General Villegas es decir lo que se esperaba que ocurriera y, efectivamente, ocurrió[2]. 


2.

Otro punto cuestionado es la valoración que hizo la judicatura de los dichos de la chica y su concreción en la libertad de los procesados. Recordemos que los modos de producir la declaración  de niñxs y adolescentes menores de dieciséis años no son los comunes, sino que tienen un régimen y un dispositivo especial (cámara Gessell u otro medio técnico, asistencia, consejo y contención psicológica, etc.), con lo que se pretende resguardar “la integridad psíquica  y moral del niño (sic)”[3]. Según reproduce la nota periodística que vengo citando, en el auto de procesamiento el juez dijo: “cabe expresar al respecto que el sentimiento de temor manifestado por la menor en la audiencia prevista en el artículo 102 bis, que le impidió resistirse del obrar de los imputados, se desvirtúa, vale decir, no se advierte al constatarlos con su declaración tomada en su conjunto y con el video obrante al folio 4, por lo tanto no encuentra acreditado en este primer acercamiento procesal los medios comisivos de violencia y amenazas necesarios para configurar el tipo penal del delito en análisis”. No obstante lo decidido por el juez, sostiene la psicóloga oficial interviniente que la víctima no fabuló ni simuló: entonces, ¿qué fue lo que dijo la chica cuando expresó que “no tenía salida”? ¿Dijo una mentira o dijo algo verdadero? ¿Hay algo así como una verdad que no quiere ser oída? ¿O simplemente sus dichos dejaron al descubierto que una vulnerabilidad pacientemente construida no tiene más salida de la ciudad y sus trampas que haciendo eso que se espera que haga? 

Cristina Corea distinguía el testimonio jurídico del testimonio de alguien que necesita, a través de eso que va a decir, pensar lo que hizo, quien testimonia “acerca de en qué se convirtió”: este testimonio no puede ser ni verdadero ni falso y “siempre necesita de otro que le dé sentido”[4]. En General Villegas, el sistema que habla por boca del juez Gerardo Palacios Córdoba no dio suficiente crédito a esas palabras testimoniales de la chica. ¿Se trata simplemente de prejuicios sexuales, de género, clasistas o etarios, como dicen algunxs especialistas, que actúan a la hora de la intervención judicial en sus distintas fases? ¿Se trata solamente de la violencia sin ley y sin límite de algunxs, legitimados por quienes detentan la autoridad, un poder que se ejerce sobre víctimas sin voz creíble? Las relaciones de fuerzas que se despliegan me hacen preguntarme una y otra vez de qué hablamos cuando hablamos de la verdad y de lo verdadero y qué es lo que le pedimos al brazo judicial del Estado cuando ciertos procesos salen a la luz de los medios de modo tan alarmante.

Porque, como Foucault dijo tan sencillamente, el poder nos obliga a producir la verdad, la exige y la necesita para funcionar. La verdad es  ella misma poder y funciona dentro de marcos hegemónicos: es el conjunto de las producciones que se realizan en el interior de un dispositivo. Hay entonces una verdad extraíble limpiamente de los hechos y dichos que una causa judicial reúne y califica. Hay una verdad producida bajo tales condiciones. Si bien las normas de ese marco instigan e incitan a producir lo verdadero, lo que dijo la chica excede ese reclamo. Pero el dispositivo jurídico no es apto para leer y valorar esa testimonialidad en curso de producirse. Está para producir otra cosa. Otra verdad tal vez, más resumida y tajante que aquello en vías de producirse en la declaración de la chica de General Villegas.


3.

Mucho se ha dicho sobre la puesta en escena judicial. Y en esa escena, todxs hacen lo que se espera que se haga. Se inquiere sobre gustos, preferencias y actitudes de la víctima, se expone esa intimidad supuestamente protegida por ley suprema a la mirada de la máquina judicial, se la hace pasar a través de todos sus engranajes. Los mecanismos con los que se ha pretendido desde hace más de un siglo defender a la sociedad encuentran en el sistema de derecho y su campo de aplicación más obvio y directo (el judicial) un vehículo permanente  de configurar relaciones de dominación, en algunos casos muy sutiles, en otros burdamente visibles[5].Pero más allá de eso burdo y denso que en General. Villegas adopta las formas reconocibles del sexismo y el abuso de poder, pensemos en el sistema de derecho no sólo como la ley del Estado, sino también como el conjunto de aparatos, instituciones y reglamentos que aplican el derecho, un sistema mucho más extenso que sus actores y representaciones. Y en tal complejidad, no es dable pensar que sólo porque el sexismo hace de las suyas hay interferencia en la aplicación de la ley o del procedimiento adecuado para llegar a la verdad, si con verdad nos queremos referir a lo que realmente sucedió en General Villegas o a lo que la chica tiene que decir al respecto.

Con todo lo hasta aquí dicho no puedo desconocer lo que ha significado la delimitación de la intimidad sexual (lo que la letra del derecho argentino reconoce y denomina “integridad sexual”) como una esfera personalísima que debería escapar a los embates exteriores de todo tipo (Estado incluido). Pero, por otra parte, tampoco puedo desconocer cómo, desde hace más de un siglo, se ha venido constituyendo un espacio de fragilidad muy definido. El énfasis puesto en la vulnerabilidad insuperable de algunxs y la voluntad avasalladora e irrefrenable de otros, con sus determinadas pertenencias de clase, edad y asignaciones de género (porque, por poner ejemplos concretos, de las personas trans, inmigrantes o migrantes y adultxs pobres en general no hay letra específica que reasegure su posición de debilidad). O como también ese mismo espacio de fragilidad tiene su correlato en la debilidad moral de la mujer, adolescente o niña, un eco de la honestidad que se protegía antaño. Un eco que no sólo en General Villegas sigue reverberando. Frágil es la posible víctima que necesita protección y vigilancia, frágil es también aquella cuya honestidad peligra a causa de sí misma y los llamados de una carne siempre débil y ocasión del mal. Por vaguita, por fácil, por no tener salida.


4.

Cuando las She-Devils grabaron, allá por 1997, su canción “Baby”, no sólo hicieron una inestimable colaboración con la lucha por la despenalización del aborto. Porque con el split compartido con los Fun People (¡hardcore gay antifascista!), que se llamó “El aborto ilegal asesina mi libertad”, quedó claro que también pensaban en la libertad de disponer de los propios cuerpos y afecciones. A esta chica del conurbano bonaerense que interpelaban en mi caso, como para tantxs otrxs chicxs de la ciudad o del interior, ya nos pasaron los años, pero el disco sigue teniendo una inquietante vigencia: porque el aborto sigue siendo punible y las figuras delictuales del Código Penal continúan encarnándose en Rominas Tejerinas o adolescentes anónimas como la de General Villegas. Y más allá o más acá de todos los interrogantes inconclusos que desparramé más arriba, me pregunto qué va a ser de esa chica de General Villegas que probablemente no saltó nunca en un recital de las She-Devils ni escuchó a Chumbawamba ni leyó al Foucault aquí citado. Dicen que una psicóloga local la asiste, que sigue yendo a la escuela, aún envuelta en murmuraciones.

La ciudad que sabe la verdad sabía qué esperar de la chica en cuestión. Y ahora espera su sentencia. Que las prácticas judiciales producen lo esperado también se sabe. La inquisición es permanente y continua, por más cámara Gesell o informes psicológicos que se invoquen. Y aunque la eventual sentencia condene de alguna forma a los procesados, General Villegas, como cualquier otro lugar, sigue sin tener salida. Y nosotrxs queremos escapar, como cantaban las She-Devils. Irnos a un lugar donde lo esperable no ocurra.




Notas:

[2] En otro lado me referí al sistema de pruebas germánico y feudal, según el cual, tal como explica Foucault en unas célebres conferencias, no se probaba la verdad, sino la fuerza, el peso o la importancia de quien decía. Los testimonios eran así prueba de la importancia social del individuo, no una aseveración verdadera o falsa.
[3] Conforme se dispone expresamente en los artículos 102 bis y ter del Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires, que es el aplicable en el caso.
[4] Corea, Cristina: El testimonio como intervención en la catástrofe. Fraternidad, aguante, cuidados: la producción subjetiva en el desfondamiento. http://www.estudiolwz.com.ar/protoWeb/lwz03/chr/CCorea_enALPOYP030910.htm
[5] En palabras de Foucault: “el sistema del derecho y el campo judicial son el vehículo permanente de relaciones de dominación, de técnicas de sometimiento polimorfas”. Foucault, Michel: Defender la sociedad. Curso en el College de France. Clase del 7 de enero de 1976. Pág. 36. Otra versión del mismo seminario la leen en Caosmosis.

viernes, 15 de octubre de 2010

Llegamos tarde: un bar, su necesaria memoria y su imprescindible olvido.





La tarde de junio de 2009 del capusottiano 1-6 versus Bolivia fuimos con Carrasco –el hermano mayor de Lucas, el ametrallador serial- al bar de Las Heras y Paunero y, recién en él, nos percatamos que, al no tener televisor, iba a ser difícil que viéramos el partido. Conocíamos el barrio-paño y frecuentábamos el bar, pero a veces los deseos obturan todo verosímil cálculo de posibilidades sobre su concreción. Terminamos viendo el partido en un restaurant popular –sí, en Recoleta- justo enfrente de una de las entradas de Plaza Las Heras, allí donde estuvo la cárcel donde fue ejecutado Di Giovanni ante la mirada de Arlt y donde las fuerzas policiales peronistas torturaron y se les fue la mano con uno de los interrogados. En oportunidades la política urbana macrista, como el poder según el puto maoísta, produce y no sólo reprime: ante la paredización previa al alambramiento de la plaza, los paneles de metal, día tras noche, aparecían dibujados por grafitis no sólo críticos de la privatización –enrejamiento, candado y llave ante la llegada de la antiiluminista noche-  del espacio público sino, haciendo un trabajo de memoria, también de pintadas referidas a la historia del lugar antes de que se con-virtiera en plaza. Su pasado como cárcel, su historia como lugar del crimen de aplicación asesina de uno de los inventos argentinos, las ironías sobre la necesidad de hacer un museo también de esas atrocidades, su existencia como paño donde se escriben las textualidades del presente. Podría haberse agregado el asesinato –no ajusticiamiento- de Hermes Quijada, el militar que apareció por televisión el 22 de agosto del ’72 dando la cara para afirmar que ante el intento de fuga de 19 subversivos de 3 organizaciones terroristas se había dado muerte a 16 de ellos, por el gallego Fernandez  Palmeiro, integrante del ERP-22 de agosto, escisión camporista del antiperonista PRT-ERP, sobre Las Heras y Sanchez de Bustamente, como cantan Calamaro y Scornik en 22, el loco, musicalización entre otras de la monumental obra cinematográfica Gaviotas Blindadas.  Los lugares guardan una historia que sólo su roce con textos revela en toda su significación política: la iglesia católica de Av. Corrientes y Palestina (ex Rawson) desde la cual fueron baleados obreros durante la semana trágica del ’19. Como la revolución francesa a partir de lugares y no de escritos, autores o sucesos, la historia desde los sitios y no las historias de los lugares. Una combinación de urbanismo, historia y política que suele resultar refractaria desde el nicho al que se pertenezca. Una forma de caminar la ciudad mal vista por tiempos metropolitanos que no bien reciben que, como el filósofo que de tanto mirar el cielo se cayó al pozo –mi philosopher fall down in a black hole-, un transeúnte camine con la vista levantada observando las construcciones que lo rodean y albergan. La vista, como apuntar a través de una mira, debe ser recta, no aleatoria. La inclinación de la cabeza ni altanera ni sumisa: en el grado militar exacto en que se prevé tanto la inminencia del enemigo como la proyección de los pasos. No hay tiempo para nada: el que se detiene, como en la carrera académica, pierde. Es pisado por los que vienen detrás, atropellado por los de delante, no citado por los que vendrán.




El bondi es un viaje no sólo por el traslado sino también por la experiencia que vehiculiza. Es en este sentido que la añoranza de teletransportación adolece de sentido. La significación de la resaca no es la desinhibición que drogas y alcohol –redundantemente una droga- producen sino su duración desde que se hacen cuerpo hasta que son expulsados. En esta dirección, el deseo de teletransportación, pretendiendo ahorrarse la experiencia de volver de Pompeya a Villa Urquiza, precisamente lo que suprime es eso: la experiencia. Es cierto que esta se hace-obtiene de eventos ordinarios –la gris convivencia, la mediocre normalidad- y no de hechos extraordinarios: una revolución o vacaciones. Sin embargo el viaje que se opera urbanamente es de muy diferente índole que aquel para el que se trabaja todo el año: mientras este forma parte de lo que se aparta de lo ordinario –de allí que dure 2 o a lo sumo 4 semanas al año-, el primero forma parte del hábito, de lo que se repite día tras día. Es decir, no sólo que de carne somos, sino también la carne que somos. Así, un viaje en el 41 desde la ahora iluminista Plaza Miserere hasta el goyenechiano Saavedra puede revelar lo siguiente: no sólo que lo que era un bar, en breve –en muy breve, en una brevedad propia de eyaculación precoz-, será un edificio, ya que no hay nada de extraordinario en ello, toda la ciudad -desde hace ochenta años- está dejando de ser un lugar anarquistamente horizontal para ser vanguardistamente vertical, sino que, en sintonía con la hipertecnificada proliferación de signos de la que es imposible tener registro, la ciudad forma parte de una dinámica centrípeta a la que resulta difícil seguirle el pulso: ingenieros civiles afirman que, según lo que aprendieron en la universidad -lo que no resulta excluyente de que se te caiga un gimnasio al lado de lo que estabas por levantar-, construir un edificio lleva mucho más tiempo del que el ojo humano, en los barrios periféricos en los que todavía puede levantarse la vista, registra cotidianamente. La única forma de percibir diariamente las modificaciones de una construcción octogeneria para convertirse en un nuevo edificio es siendo vecino de ella. De otro modo, el mismo ritmo y colapso de la metrópoli, y la misma existencia de la vida como flujo cotidiano que cree dominarse bastante más de lo que en verdad se controla, vuelven imposible ese seguimiento. Cuando pasamos por última vez todavía era un bar al que podíamos ir a leer textos como extensión de la universidad al resto de la sociedad: cuando pasamos nuevamente ya es una obra en construcción con telas, andamios y paredes plásticas. Una antimilitarista patrulla de rastrillaje, documentación e investigación urbana debe estar al tanto que, a pesar de lo posible y poético de su existencia, intentando pensar la historia argentina a través de sitios y pintadas y mezclándose con vecinos de la otra punta de la ciudad como forma de conocerla en su vida cotidiana, ese es el paño sobre el que opera: edificios históricos receptivos a los flashes porque están abandonados desde hace lustros y se mantendrán en ese estatus un tiempo, pero también construcciones que llevan en sí parte de la historia de la ciudad –y, en tanto capitalinamente unitarios, del país- que serán tragados por la tierra antes que una cámara pueda registrarlos fotográfica o cinematográficamente. Una fracción de la metrópoli está desaparecida, no está muerta ni viva, desapareció: no se sabe qué fue de ella, quién la habito, quiénes fueron sus vecinos, qué historias de amor y odio germinaron en su seno, qué textos se leyeron en su interior.




Cuando se escriben textos de estas características una obvia reflexión que suele ser omitida, quizá como condición misma de posibilidad de su hechura, es que la museificación de una ciudad, más allá de lo que enseñen los últimos treinta años de obsesión internacional por la memoria que localmente se manifestaron en la última década, no da trabajo. Es decir, a pesar de los nuevos empleados administrativos y profesionales que un museo necesita para su andar, en el caso de la contraposición entre horizontales casas y verticalistas edificios, la tasa de empleo –precario, mal pago, inseguro- que generan los últimos no tiene comparación con el que producen los primeros. Otro matiz, presente sobre el tamiz de una reflexión sobre la nueva ciudad que se levanta sobre las ruinas de la anterior a una velocidad que vuelve arduo su seguimiento, son los destinatarios del empleo generado: mientras que en el primero se trata de paraguayos, bolivianos y peruanos desde hace diecinueve años –gobernar es poblar, aunque me quede soltero- pobladores  del país como segunda oleada de cabecitas negras que construyen casas en las que no van a vivir en barrios en los que serán mal mirados, la primera acoge la resaca noventista de clase media ya sea en trabajos repetitivamente administrativos o no menos automáticos, más allá de título en la pared, profesionales. Cuando se lamenta los edificios levantados en Villa Urquiza o Caballito, azuzados mediáticamente por derrumbes que hacen el juego al agorero apocalipsis agitado por medios que normalizan la vida en estado de excepcionalidad, se invisibiliza que una sociedad, así como no puede vivir en constante estado de colapso ya que necesita de cierta normalidad aunque esta haya nacido de lo antaño considerado excepcional, tampoco puede hacer de su ciudad una naturaleza muerta a cercar, conservar y luego mostrar. Es decir, un museo. Sin ánimos de hegelianistas síntesis o pendulares bonapartismos, urge un modo de penar la metrópoli y sus derroteros entre la nostalgia de lo que fue y no volverá y lo que todavía es pero quizá en breve ya no sea. No se trata de museificar sólo el casco histórico o casquificar algunos pocos pero identificables -¿idénticos a qué?- edificios míticos de la ciudad, sino de un andar que, al mismo tiempo que recuerda antinostalgiosamente lo que alguna vez fue y ya no es, se pregunte por las condiciones de lo que todavía es y puede o no seguir siendo, no sólo en vistas de conservación de un supuesto patrimonio histórico sino también de respuesta ante el que constituye el principal capital de toda nación:  sus habitantes. Que el recuerdo de las atrocidades del pasado no olvide las peripecias del presente –como provocativamente fue planteado hace casi 20 años en el campo internacional de la memoria y recientemente derramado en la Argentina bajo la forma de un divo con conchero de periodista que capitaliza aquella farsa como recuperación del barniz de adolescente rebelde que tiempos no asfixiantemente neoliberales le arrebataron-, pero, también, que la ad-miración de las construcciones del pasado, su avistaje, sistematización e investigación, no invisibilice las condiciones de vida, trabajo y tránsito del presente. Una reflexión honda  sobre la ciudad contemporánea no pude arrebatarle el cuerpo a estas aporías.