domingo, 26 de septiembre de 2010

multipliquemos las historias





multipliquemos las historias

         I. Antes de empezar con estos apuntes, nos gustaría decir por qué nos parece necesario contar nuestras experiencias, contar lo que nos está pasando. Por qué es necesario que, en el calor de estos días, multipliquemos los blogs, los murales, los artículos, los relatos, los intercambios, las discusiones.

         De sobra sabemos cómo ha leído la Institución los acontecimientos que están teniendo lugar, como ha tratado –insistentemente- de inscribirlos en una cronología del orden establecido. En esa cronología, todo lo que no se identifique plenamente con ese orden establecido es una mancha. Cada día de toma, cada corte de calle, cada clase pública, cada clase autogestionada: una mancha. “La toma es presentada como una interrupción de la “regularidad”, una pausa improductiva que genera pérdidas. Pérdida de trabajo (“se han perdido semanas de trabajo”), de stock (“se perdió un 20% de stock de bancos y sillas”), de carga horaria (cada materia “perdió entre el 15 y el 20% de su carga horaria cuatrimestral”), etc.”. Algún día –supone la Institución- la máquina volverá a funcionar normalmente, todo este error será corregido, y La Historia dirá que sólo fue una interrupción, una pequeña mancha en la cronología del orden.

         Tenemos, entonces, una tarea por delante: la de hacer nuestros propios relatos e inscribirlos en nuestras propias historias. Unos relatos donde todo este proceso no sea ya una mancha o un error, sino lo queramos que sea. Abramos y construyamos nuestra propia línea de tiempo: con sus propios deseos y proyectos, sus propias preguntas e inquietudes, sus propios errores y aciertos, sus perdidas y sus ganancias, etc.

         En nuestras historias, por ejemplo, no aparecerá un relato de la “inseguridad” en torno a la interrupción de la máquina. Aparecerán, más bien, preguntas: ¿qué seguridad es la que se ha interrumpido? ¿cuál seguridad? ¿cuáles garantías? ¿no será, solamente, la seguridad de lo que viene siendo, la seguridad de la costumbre?

         En nuestras historias todo esto que somos es una formación permanente, un exceso. Sabemos de nuestros errores –de ellos también hacer una historia- pero también sabemos que no existe un tiempo abstracto para construir una potencia: la potencia se construye en la lucha, y en la lucha se da sus modos de funcionamiento, sus características, etc. No vamos a esperar a entender, a saber cómo se negocia, a estar de acuerdo.

         Cada día, no sólo está en juego la lectura presente del proceso, sino también lo que de él quedará, cómo cristalizará en la memoria de todes les que habitamos la facultad. En este sentido, creemos que debemos disputar contra todas las operaciones simbólicas que pretenden borrar la toma de cara al futuro. Tenemos que multiplicar nuestros relatos, tenemos que contar(nos) lo que nos pasa, tenemos que escribir, filmar, dibujar, tenemos que transmitir nuestra experiencia y evitar que se pierda, evitar que se borre y evitar que otres la cuenten por nosotres.

         Digámoslo pronto: no queremos un relato único y monolítico sino múltiples relatos, que se expresen muchas maneras de vivir y sentir el conflicto y la lucha, con sus acuerdos, sus contradicciones, etc. Contra La Historia del Uno, opongamos las historias de todes.

         II. Hay un triunfo implícito en este tipo de procesos de lucha, quizás el más importante de todos: les estudiantes nos damos cuenta -¡por fin!- de que todos los días plebiscitamos un modo de producir conocimiento, un modo de habitar la facultad, un modo de relacionarnos entre nosotros y con los profesores y profesoras, un modo de relacionarnos con los textos, etc.  Lo que se ha abierto por estos días, lo que hemos abierto, es una situación que interrumpe el flujo de lo siempre idéntico, violentándolo, desnaturalizándolo, mostrando su contingencia y, al mismo tiempo, como cada uno y cada una de nosotres decide todos los días que la facultad sea de determinada manera y no de otras tantas posibles. Este despertar, entendemos, es un paso ineludible para pensarnos como sujetos y sujetas que pueden llevar adelante una transformación que materialice sus deseos.

III. Confiamos en la memoria de nuestros cuerpos, en su capacidad para ser el lugar de sedimentación de todas las experiencias que venimos viviendo.  Queremos darle a nuestros cuerpos las disponibilidades para que florezcan otros modos de ser en el aula y en los pasillos, entre nosotres, con los textos, etc. Ese aprendizaje del cuerpo –lo sabemos- se da sólo en la práctica. Por eso tenemos que hacer más clases autogestionadas, más artículos escritos colectivamente, más mateadas en los pasillos… y entregarnos al aprendizaje.

         Confiamos en que nuestros cuerpos no van a poder adaptarse normalmente a la normalidad si mantenemos encendidos todo esos espacios. Queremos que cuando la máquina vuelva a funcionar nuestros cuerpos se desacoplen, se pierdan, se fuguen, se equivoquen, que cometan errores, etc.
        
         Queremos que nosotres mismes nos impidamos olvidar. Queremos poder decir una y otra vez que estuvimos ahí y que no vamos a desoír los deseos que ahora nos habitan: los proyectos, las ideas, etc. Tenemos una tarea política por delante: darle continuidad a los procesos abiertos, darnos los espacios para que todos estos fenómenos excepcionales se vuelvan regla entre nosotres. Tenemos la ineludible tarea de evitar que nuestro habitus nos vuelva para atrás, nos lleve de nuevo a lo acostumbrado, a lo siempre idéntico, etc. Ahora sabemos qué tenemos que exigirnos, con qué tenemos que comprometernos. Habrá que trabajar sobre esas tareas y sobre esas exigencias, pensarlas, discutirlas, que sean una con nosotros.

         Tenemos, desde ahora, nuevas preguntas –nuevas armas- para abordar una y otra vez a la Institución y también a nosotres mismes. Todo este proceso nos dejará disponibilidades, como decíamos, pero también preguntas y voluntades de querer y de no querer. Hay que martillar a repetición: ¿Por qué es así y no de otra manera? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?



Flor, Sofí, Ale, Santi, Juli, Eva, Sofi, Inés, Mariela, Gastón, Lucila,
Tomás, Facu, Guille, Ana, Mati, Rulo, Carlos,  Martín, Ale.

Nota: este testo excede a NDC, aunque remite a nosotras/os y sus derivas. Nadie sabe lo que puede la autoorganización. Se trata de hacer experiencia de ello.

viernes, 24 de septiembre de 2010

El usuario y la toma




“Recuperación de la normalidad”. Esa es la necesidad planteada por las “autoridades académicas” de la Facultad de Ciencias Sociales ante la toma estudiantil. Así lo expresan en dos comunicados publicados en el sitio web institucional (www.fsoc.uba.ar). El caso podría integrar un capítulo de las “Mitologías” de Roland Barthes, al desplegar una argumentación que no se diferencia mucho del discurso mítico que encontramos en cualquier diario burgués.

La toma es presentada como una interrupción de la “regularidad”, una pausa improductiva que genera pérdidas. Pérdida de trabajo (“se han perdido semanas de trabajo”), de stock (“se perdió un 20% de stock de bancos y sillas”), de carga horaria (cada materia “perdió entre el 15 y el 20% de su carga horaria cuatrimestral”), etc.

El escándalo proviene del tiempo muerto, del gasto. Esto último pone en jaque al funcionamiento de la máquina, cuya marcha se presenta como buena en sí misma. Tomar la facultad es impedir el “normal desarrollo administrativo” de la “actividad académica”, cuya producción material es resaltada como mercancía de gran valor (actas, acreditaciones, validación de los estudios, regularidades, designación de docentes, carga de datos, inscripciones a exámenes, entrega de títulos, certificación de actividades cumplidas, etc.).

El retorno a lo normal es un anhelo del poder establecido, algo que se pretende presentar como naturalmente necesario. La toma es molesta, justamente, porque desnaturaliza, es decir, porque muestra que puede haber producción sin máquina burocrática ni autoridades. La apertura de las aulas bajo control estudiantil es una muestra, por eso resulta irritante para la elite dominante. “A los ojos de muchos estudiantes y docentes, la estructura administrativa de la institución y en particular sus autoridades, invisibilizan con frecuencia la importancia de su condición de soporte y garantía de la eficacia de las actividades académicas regulares”, aclaran los voceros oficiales.

Las causas de la toma son sintomáticamente borradas del relato. Por una suerte de elipsis se nos cuenta sobre los numerosos efectos de la acción, las famosas “consecuencias”, pero nada se nos dice sobre los fundamentos, sobre los reclamos concretos. La toma se reduce a un fenómeno aislado, a una situación que no merece ser explicada, un juego ideológico al que también nos tienen acostumbrados los medios masivos de comunicación.

A su vez, la toma es presentada como lo opuesto al “diálogo”. El profesor Caletti nos da un lindo ejemplo de significante vacío. ¿Qué es el “diálogo”? ¿Puede estar alguien en contra del “diálogo”? El diálogo, a secas, no significa nada. Es solo un significante de la plenitud comunitaria ausente, de la famosa “comunidad de sociales” a la que los documentos se refieren como destinatarios imaginarios. La toma, entonces, se presenta como la pura anti-comunidad.

Pero paradójicamente, la toma es lo único que puede hacer advenir una verdadera comunitas. En el don y el gasto están las claves de una improductividad productiva, algo que resultará siempre “anormal” y escandaloso. 


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Retorno a la normalidad. Lo que queda(rá) de la toma

 



Retorno a la normalidad
Lo que queda(rá) de la toma

 
Entre la avalancha de intervenciones y pronunciamientos imprudentes que circulan en momentos de abierta excepcionalidad a través del incesante flujo discursivo de la virtualidad postal, un grupo de estudiantes ansiosos por dejar de serlo llamaron a todos aquellos que no se sintieran representados por el devenir de los acontecimientos a organizarse para sacar a patadas en el culo de la facultad a quienes osaron poner en suspenso su tan preciada normalidad. Ignorantes o indiferentes a sus propias condiciones de cursada, así como a las situaciones que de manera cíclica se vienen repitiendo cada dos o tres años en el espacio que ellos mismos habitan, no se percataron de que aquella excepción que aborrecen se inscribe en una norma extensiva (esa misma a la que dicen querer retornar como perro que se muerde la cola) que la instituye y configura. Por nuestra parte nosotras, pesimistas e incrédulas, les aconsejamos tengan paciencia, más pronto que tarde las mal llamadas clases públicas volverán a desarrollarse al interior del estocólmico encierro áulico-estatal. Así pues, los interrogantes que se desprenden y buscan trazar huella que fugue hacia un tiempo por venir, podrían ser los siguientes: ¿cuál será el resto instituido de la presente potencia instituyente?, ¿qué forma tendrá cuando el magma de significaciones emergentes solidifique?, ¿qué sedimentará del cúmulo de experiencias vividas en los últimos días?, ¿qué quedará de la toma de la facultad?

              Como diría el viejo calvo y maoísta, la política es el gobierno de los espacios, de aquellos que habitamos: los campos, las calles, las casas, las camas –gestionados por agrimensores, urbanistas, arquitectos y sexólogos-; y de aquellos que habitan: los cuerpos –gestionados por médicos, estilistas, personal trainers y nutricionistas. La toma del aula 6 de la sede de Constitución y su remarcación como comedor estudiantil recorta una nueva territorialidad en la cuadrícula de la facultad, y apertura en ella novedosas posibilidades de circulación y subjetivación de sus habitantes: las estudiantes. Poniendo a resonar las proclamas del príncipe anarquista, las estudiantes de sociales entendieron que la autogestión del alimento no es sólo condición de posibilidad, sino ella misma máquina de guerra deseante y mutante. Espacio de comida que reconfigura como lugar de encuentro y de circulación de afectos, de intercambio des-mercantilizado, de producción de conocimiento prófugo del dispositivo áulico, de organización autónoma a la división por claustros.

            El espacio disciplinario transformado en comunitario fue expropiado, construido/habitado, recuperado y resignificado por las estudiantes organizadas en comisión abierta, quienes llevaron la moción de la toma del aula a una de las asambleas generales. En la última de ellas, justo antes de que comenzara la fiesta que, como rito inaugural, diera apertura al comedor estudiantil, algunas agrupaciones presentaron una nueva moción para que fuera el Centro de Estudiantes quien se encargara de la gestión del espacio según los modos en que lo hace en Marceloté: designando res-ponsables políticos. Bajo tal idea de res-ponsabilidad subyace de manera tácita la creencia de que las estudiantes autoorganizadas son incapaces de res-ponder por las contingencias que puedan surgir de la gestión del comedor. Niñas bárbaras e irresponsables que requieren del Estado-Padre para que, habiéndose adjudicado el rol de su portavoz, ponga palabras a las travesuras que ellas hacen. O tal vez, en verdad, lo que tales posicionamientos quieran obturar sea la posibilidad de una experiencia de autogestión estudiantil del espacio de la facultad capaz de migrar a las otras instancias de gobierno: otros comedores, fotocopiadoras, apuntes, juntas de carrera, representaciones. Si así fuera, el Centro dejaría de ser centro: devendría puro movimiento. 

 
Primavera de 2010

domingo, 12 de septiembre de 2010

Nadie sabe para qué sirve un aula hasta que se rompe


 




Nuevamente algo se levanta en Sociales, UBA. Se sabe, para que algo así tenga lugar es preciso, asimismo, que algo caiga, se desmorone o sea derribado. Radio Viga dice tener que cambiar su nombre a Radio Vidrio, o, también, Radio VV. Lo que suena de fondo es la precariedad de la vida, cierta inseguridad que nos atañe, que no sabe de claustrofobia alguna y que, de tanto resonar, se vuelve como una pegadiza canción de moda –no sabe de claustros, decimos, también los secundarios la entonan-. El despropósito de una educación llamada pública que es mero papel mojado, puesto que ha soltado las amarras que antaño la anclaran a una serie de inicios, rituales al calor de la univers(al)idad del saber-poder, o, lo que es lo mismo, del Estado-padre. Mas, ¿y nuestra crítica a ese andamiaje institucional? Seguimos participando, luego vemos. Las/os estudiantes se amuchan en las asambleas masivas, deciden los pasos a seguir. Nos preguntamos si el nombre para aquellas instituciones ignorantes de sí mismas, de su potencia instituyente de autoorganización, es el de masivas o multitudinarias, la una haciendo referencia a su carácter de masa, de pueblo/niño que se levanta o desprende del Uno-padre y prefigura un otro; la otra a aquella condición irreductible de las multitudes: una informe multiplicidad sin síntesis, ingobernable y fugaz, una rebelión contra los pastores. ¿En cuál de ambas podríamos hacer encajar la experiencia vivida? Las experiencias, es claro, exceden las etiquetas, desbordan los patrones. Se mueven en un espacio no geométrico, un espacio que no puede ser medido. Inventan, hay que decirlo, siempre cada vez el antagonismo. O, mejor, los antagonismos, los cuales estrechan lazos, tejen y ponen en resonancia entramados maquínicos, disidentes. Digamos, empero, que no por el hecho de coordinarlo todo se trama un vínculo, que esto tiene su propia temporalidad. Pero lo que ahí sucede, sin embargo, se nos escapa –nadie sabe nada, por más que así lo crea (creer, le recordamos a nuestros profesores y sus peroratas, es hacer como si), por más que quieran convencernos de la propiedad de su cifra: variaciones del saber-poder-. No es la exigencia a las autoridades lo que nos interesa –no queremos otros patrones, otra medida-, sino eso que está en latencia, que se nos muestra, en sordina, como el rostro de la potencia antagonista.

La experiencia de asambleas masivas, decíamos, suele oscurecer su  ahí. Lo que allí tiene lugar es inmedible, luego, hace falta traducirlo. Las consignas deben ser claras, ordenar lo caótico de la significación, evitar el malentendido, no hacer preguntas. Una comisión de prensa debe encargarse de todo. Las interpretaciones se ponen a la orden del día. Hace falta un pliego de reivindicaciones con la claridad de la letra muerta. Las asambleas pelean por el Edificio Único. Ya lo tenemos. El eterno retorno de la condición precaria. El Estado nos abandona, hemos entonces de hacerle ver que aquí estamos, persistimos. La universidad del saber-poder, así sea disidente -¿un saber-poder disidente?, ¿no tendríamos que comenzar por pensar nuestro propio plano de inmanencia, las jerarquías que en estos pasillos se ensamblan?, ¿la fábrica de palabras no es solidaria, acaso, del dominio del capital-Estado?, ¿en el origen no fue el saber-poder?-, quiere su reconocimiento, lo anhela: la aprobación del otro. Un lugar en el entramado maquínico. Tenemos nuestras credenciales, luego nos lo merecemos. Hemos hecho votos suficientes para ello. Nosotros podríamos hacerlo mejor, puesto que sabemos.

Las/os que no sabían y, sin embargo, se arrojaron a hacerse preguntas son las/os compañeros de la materia Comunicación III, a cargo del decano Caletti. Se preguntaban por qué no iban a proponer ellas/os la creencia a investigar, por qué tenían que recibir aquella materia a desbrozar sin poder tener decisión alguna sobre cuál de ellas, y por qué. Su iniciativa, entonces, pasó por investigar aquello en lo cual estaban implicadas/os, envueltas/os no sólo ellas/os sino también el titular de la cátedra, quien acuñara la frase ® que daría lugar a la propuesta: la toma de sociales es oportuna. La sospecha esgrimida, adelantaremos nosotras/os, de seguro muy poco rigurosamente, puesto que frente a los neutralismos académicos de la ciencia sin sujeto no mantenemos reparo alguno, es un dejo de impotencia, un no querer aceptar que las/os estudiantes puedan algo prescindiendo de ellos, nuestros sacerdotes. Mejor hubiese sido para éstos blandir la infantilizante carta de la acreditación, o la rigurosidad metódica, allí emerge un tercero: la institución es una localizada ritualidad. El retener en la tristeza es su secreto, regocijo de los sacerdotes.

La máquina-áulica, pues, fue saboteada un instante. Luego, asimilando la experiencia, poniendo las notas pertinentes a un trabajo que se valoriza como si fuera una flexibilización del entramado académico –dejamos por un instante que hagan como si realmente pudieran proponer algo y, además, los escuchásemos- todo seguirá sobre sus carriles, aún y muy a pesar de ellos. No desestimamos la experiencia indicando esto. Decimos simplemente que el dispositivo funciona más allá de los contenidos que se actualicen en él, que pueden ir variando sus tonalidades –la trampa de la cátedra paralela allí se nos muestra-. El ordenamiento de los cuerpos puede ser más distendido, de hecho es un espacio en tensión (los cuerpos siempre están en tensión, se tensan y vibran, son un despliegue de la potencia, una composición común antes que el seguimiento de un a priori [los a priori son agarraderas para la pereza de la servidumbre voluntaria]), por eso puede ser excedido, y lo es en situación áulica. Las cursadas no son tristes pasajes por una aplanadora línea de montaje que todo lo empaqueta: la iniciativa autónoma que escapa al aplanamiento es muestra de la potencia antagonista, que es exceso de lo que se puede, desborde de toda institución. Un espacio de múltiples relaciones de poder –y de una erótica del poder, asimismo, puesto que se trata de cuerpos, afectos-. Tironeando del dispositivo, destejiendo sus bordes se abren incorporales huecos. Romper el aula. El dispositivo-áulico que nos trama como sus pliegues gramaticales, que no es lo mismo. Si fuera preciso, a martillazos.

Romper el aula. Hacerle sabotaje a la máquina. Que el fantasma de Ned Ludd se rumoree. Crear mil clases públicas, no estatales. Clases sin patrón, si se quiere. Aquello también se está ensayando en la construcción de un comedor estudiantil en la sede Constitución. Un espacio recuperado (o, mejor, invención del común, puesto que antes de él era sólo un interrogante) por las/os estudiantes autoorganizados, sin patrón alguno. Habitar el espacio, activar sus devenires. Hacer emerger el rostro de la potencia antagonista. Nadie es propietario de ningún secreto al respecto. La potencia es el privilegio de cualquiera. El aula reclamaba aquello y no lo sabíamos. Estaba ahí y no lo sabíamos. Nadie sabe para qué sirve un aula hasta que se rompe.